Dedicado a los mejores maestros que la vida pudo darme: a mis hijos; quienes me enseñaron que todavía hay un corazón de niño dentro de mí, que solo espera la invitación para salir a jugar…
Cuando hace dos meses me tracé la posibilidad de escribir alguna lección para celebrar el día del niño, no sabía entonces sobre que aspecto en particular quería hablar.
Acercándose la fecha, mi corazón palpitaba dentro de mí, aún más inquieto que de costumbre, pero mi mente seguía en blanco.
Fue hace escasos días, cuando de verdad me empecé a preocupar por el asunto, porque normalmente las ideas surgen de forma espontánea, y sin mucho esfuerzo, pero en esta oportunidad, estaba presionándome mucho a mi mismo, para poder cumplir con la tarea encomendada.
Pensé de momento cambiar y escribir de cualquier otra de las muchísimas ideas, que tenia guardada en mis notas, pero algo dentro de mí insistía en este asunto.
En ese momento, como quien es movido por una fuerte revelación en su mente, me detuve repentinamente, mirando absorto a mi hijo pequeño jugando en la sala de nuestro apartamento, y esa sola imagen me trajo recuerdos muy felices de mi infancia. No solo era mirarlo jugar, también estaba fascinado con los diálogos que él mismo se ingeniaba para recrear las situaciones que sus juguetes debían interpretar. En un abrir y cerrar de ojos, me vi a mi mismo haciéndolo igual a su edad.
Yo soy el mayor de cuatro hermanos, y como tal, aprendí a no necesitar de alguien más para jugar, construyendo, tal cual lo hace mi hijo, mis propias historias y narrativas, según lo que iba aprendiendo de la TV o de los comics de la época. Como bien dicen por allí, era muy feliz y no lo sabía.
Verme retratado en mi hijo, despertó en mí no solo los recuerdos de mi niñez, sino que además me llevó a reflexionar sobre todas esas cosas que perdimos o dejamos atrás al momento de crecer.
Creo que todos los padres nos hemos enfrentado alguna vez, a esos deseos repentinos de nuestro niños pequeños por querer ser grandes. Todos hemos hecho nuestro discurso respectivo para disuadirlos de tal idea, haciéndoles ver que la etapa que está viviendo es única e irrepetible, y que por eso deben disfrutarla mientras puedan.
La mayoría de nosotros hemos pasado por eso, y a esa edad no teníamos al igual que ellos, la suficiente madurez como para entender las implicaciones de lo que estábamos deseando, ni los costos que eso implicaría.
Siendo pequeños e inmaduros, pudimos en su momento, no valorar esa etapa tan maravillosa de nuestras vidas, buscando cambiarla equivocadamente por la adultez; y como solemos ser incongruentes con nosotros mismos, una vez que estamos ya grandes, anhelamos volver de alguna forma a ese estado fantástico y fabuloso de nuestra infancia. Somos definitivamente seres complejos, confusos e inconformes.
¿En que momentos dejamos de ser niños? ¿Cuando dejamos atrás los juguetes para poder sentirnos adultos? Muchos empezamos a abandonar los juguetes una vez entramos en la pubertad, y casi siempre seguimos en un proceso paulatino de duelo y renunciación, que mas o menos nos lleva hasta los 15 años.
Recuerdo vívidamente esa ultima despedida, cuando precisamente a los 15 años, saqué todos mis juguetes, y en un acto muy personal e intimo, jugué por última vez. Cualquier parecido con una película muy famosa de Disney, es mera coincidencia.
Tengo un hijo adolescente que ya ha dejado de jugar desde hace rato con juguetes, y que le ha cedido la mayoría a su hermano pequeño, pero que todavía conserva esas piezas especiales, que por los momentos, solo sirven para decorar repisas y como instrumento de negociación con su hermano menor.
No hay nada más hermoso para mí, que ver jugar juntos a mis hijos, a pesar de sus diferencias de edades. Es una de mis escenas favoritas del día, la cual, quisiera perdurara por siempre. Creo que no soy el único padre que aún quiere ver a sus hijos pequeños, por mucho más tiempo.
Pero confieso que es aún mejor, cuando me doy la oportunidad de ser yo mismo, quien comparte ese momento especial con ellos, y jugar su mismo juego. Eso nos permite descubrir facetas maravillosas que están dormidas dentro de nosotros.
Tener un hijo, y aún más si este es pequeño, te obliga a conectarte con ese niño interior que llevas dentro.
Contrario a lo que comúnmente se piensa, cuando se usa la palabra corazón casi nunca es usada para describir emociones. En la Biblia, por ejemplo, la palabra corazón se usa para describir el carácter de las personas. El corazón es la mente y sus motivaciones. Es la personalidad manifiesta en cada situación. Muchas veces cuando se habla de corazón, se hace referencia al alma o al ser de la persona.
Cuando buscaba las imágenes que quería usar para ilustrar esta lección, me encontré de manera gratificante con ese corazón que estamos usando de portada. Su diversidad de colores, y las palabras que representan a cada fragmento, son a mi parecer, una manera muy especial y acertada de describir lo que hay en la mente de un niño.
Cada palabra hace referencia a un valor, principio o virtud; diferenciándose cada cual del otro en tamaño y forma, lo que indica la dinámica de nuestra mente y su abstracción, pero señalando además que está en constante cambio y crecimiento.
Cuando nacemos, algunos han llegado a afirmar que nuestra mente es como un lienzo en blanco, esperando a que algún artista pinte sobre él.
Por convicción, entiendo que fuimos creados a imagen de Dios, y como tal, tenemos su esencia, lo que me permite afirmar, que si bien nuestra mente desde que nacemos puede ser moldeada para bien o para mal en el transcurso de nuestra vida, no implica, que ésta se encuentre en blanco al momento de nacer, porque ya viene impregnada del conocimiento divino.
Por otro lado, coincido con la mayoría, en que nacemos en un estado de inocencia, sin ningún tipo de temores, prejuicios, rencores, remordimientos, etc. Así es la mente de un niño, y de esa forma funcionan sus esquemas y conexiones.
La inocencia no implica falta de conocimiento, sino más bien, un tipo de conocimiento primario, sin alteraciones, totalmente original. Es todo eso que se describe en la gráfica del corazón, y aún mucho más, que aunque no están allí representados, se encuentran dentro de nosotros, y son esos elementos que nos conectan directamente con nuestro creador.
Uno de esos elementos es la fe. La fe nos abre posibilidades infinitas para poder ver lo que otros no ven. La fe contradice las probabilidades, permitiéndonos ser dueños de una realidad propia, donde no hay límites, excusas u objeciones.
La fe te permite pensar, soñar, imaginar y creer, más allá de lo convencional.
Un niño sano, se permite creer. Creer en sus padres, en Dios, en la gente a su alrededor, pero sobretodo, creer en sí mismo.
Un niño, cree que puede volar con una capa atada a su cuello, que es el ser mas fuerte del mundo si se alimenta correctamente, que puede ser hacer lo que sea, simplemente porque lo cree así.
Entiendo que para muchos, esto de fomentar las irrealidades de la vida, lo vean como algo peligroso para el crecimiento del niño, pero es todo lo contrario. En su inocencia, un niño requiere de esa dosis de fantasía y de ilusión, para poder desarrollar su imaginación y de ese mismo modo su fe.
Es imposible desarrollar la fe, viendo únicamente lo que tenemos alrededor. La fe se alimenta más de cosas intangibles, espirituales y divinas.
Cuando nos damos la oportunidad de soñar e imaginar, es increíble la cantidad de cosas que podemos lograr. Hoy por ejemplo, estoy escribiendo esta lección desde una computadora portátil. Alguien imaginó alguna vez que esto podría ser posible, y estoy seguro que al hacerlo despertó ese niño interior que todos tenemos dentro: inquieto, creativo y sobretodo lleno de fe.
Es muy lamentable que hoy en día, los niños sean llevados aceleradamente a dejar de lado esa inocencia que les es propia, para enfrentar (por decirlo de algún modo) la realidad de la vida.
Lo vemos trágicamente en las calles. Niños abandonados por padres irresponsables, muchos en calidad de indigentes, mientras que otros, teniendo que sustituir antes de tiempo sus juguetes por herramientas de trabajo, deben llevar el sustento para sus familias.
Estoy muy de acuerdo en enseñarles a nuestros hijos el valor del trabajo y la importancia de esforzarse a favor de sí mismos y de los demás, pero nunca a costa de su inocencia.
No se le hace daño a un niño con dejarlo imaginar, se le hace daño cuando se le quita esa posibilidad.
Tal y como lo mencionábamos, la fe es una constante divina que está dentro de nosotros desde mucho antes de que naciéramos a este mundo. Fuimos diseñados para conectarnos con el mundo de lo imposible, de eso que no se ve, pero que de alguna forma sabemos que existe.
Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos. (Hebreos 11.1)
Peor que abandonar nuestros juguetes o dejar de jugar con ellos, lo que en realidad representa nuestra mayor perdida es crecer sin fe.
Como decíamos antes, la fe es un conocimiento que viene intrínseco en cada uno de nosotros, pero es el estado de inocencia el que nos permite explotarlo al máximo de nuestra capacidad, y eso es propio y característico de un niño.
Los psicólogos afirman (y yo también), que aunque seamos adultos, siempre dentro de nosotros se mantendrá esa parte de niños, de la cual nunca nos podremos deshacer.
Voy a tratar de explicarlo tal cual yo lo entendí. En la medida que vamos creciendo, nuestra mente va creando capas de pensamientos que se van sobreponiendo a las anteriores, es decir, que mientras nos hacemos más adultos, de alguna forma y sin premeditarlo, vamos ocultando al niño y al adolescente que está en nosotros.
Recordemos que son estas primeras etapas de nuestra vida las que definen en mayor grado nuestra personalidad. Tanto las cosas buenas o malas que nos suceden en esas edades, moldean el yo que hoy somos.
De manera muy superficial voy a ejemplificarlo. Cuando nos sentimos rechazados como adultos, en verdad no es así. Quien se manifiesta en estos casos es el niño o adolescente interior, replicando en lo interno una situación de abandono. El trauma del abandono, proviene de las primeras etapas de nuestra vida. El adulto rechazado es una consecuencia o producto de este trauma de la infancia, por eso los terapeutas concentran sus esfuerzos en ayudar a que sanemos primeramente al niño interior, para poder tratar al adulto externo.
Así podríamos detenernos a ejemplificar muchas otras cosas de nuestra vida adulta que están relacionadas con nuestro niño interno, pero no es el tema que estamos tratando hoy. De hecho todo lo que somos hoy, está formado y soportado en parte por ese niño interior.
No estamos llamados a deshacernos de esas capas que ocultan nuestro niño interior. Ellas se crearon allí de manera inconsciente y natural. Lo que sí debemos hacer es reconocer esta condición que tenemos como seres humanos y trabajar para que tanto el niño como el adulto en nosotros, se reconcilien y aprendan a trabajar juntos.
Requerimos de la madurez del adulto, de su experiencia, de su forma de administrar la realidad presente, pero también necesitamos de la fe, la imaginación, la creatividad y el afecto sin excusa del niño que está dentro de nosotros.
El adulto debe hacerse responsable de su niño interior, y tratarlo de esa misma forma. El niño interior, necesita expresarse siempre de alguna manera.
Queramos o no, nuestro niño interno buscará la manera de manifestarse para bien o para mal. El apego por ejemplo de los adultos por las competencias deportivas, es una manifestación del niño interno, al igual que sus preferencias por los videos juegos. Esto ocurre en mayor grado en los adultos hombres, pero también existen manifestaciones muy similares y particulares de la niña en el adulto mujer.
Encontrar nuestro niño interior, es reconciliarnos con el conjunto de virtudes y principios que motivan un corazón de niño.
Recuerdo que en la historia del Mago de Oz, el hombre de hojalata buscaba que el hechicero le otorgara un corazón para poder sentir. En el camino, él junto a sus compañeros de viaje, enfrentaron situaciones en donde muchas veces pusieron en peligro sus vidas. Hubo un punto en donde hojalata se sacrificó por sus amigos, lo que fue el acto de amor más grande que alguien podía lograr. Al final, llegaron todos ante el mago y se dieron cuenta de que era un fraude, porque él no tenía la magia para darles lo que ellos pedían, sin embargo, les mostró que en el camino ya ellos habían logrado descubrir por sus propias experiencias, que todo lo que ellos anhelaban de sí mismos, estaba dentro de ellos. Resulta que hojalata siempre tuvo un corazón, pero no supo que lo tenía hasta que lo puso a funcionar.
Puede que hoy nos sintamos muy alejados de esa inocencia que nos caracterizaba cuando niños, y quizás sea muy difícil retomarla por la cantidad de capas que hoy en día cubren a nuestro niño interior, pero recuerda bien que la inocencia es un estado, y no una virtud.
Dentro de ti está ese niño, que aún cree, imagina, juega y se emociona.
Como adulto eres responsable de darle libertad a ese niño interior. Dentro de ti existen aún los deseos de volar con la capa atada al cuello, de montar un desfile de modas con muñecas, o de construir un auto con cajas de cartón para correr por la pista. Todo esto está en ti, aunque tu adulto exterior diga que eso es imposible, que es una locura.
Ese niño interno quiere escribir historias e interpretarlas. Quiere jugar que escapa a un mundo distinto, a un lugar donde todo es posible.
Ese niño dentro de ti quiere pintar, moldear con arcilla, hacer galletas, recortar, pegar, etc. pero sobretodo, ese niño quiere creer.
Hoy en día, ante el auge excesivo de problemas, aún en esta situación tan desconsoladora y alarmante que vivimos como humanidad, se nos hace urgente despertar a ese niño dentro de nosotros.
Si alguna vez has visto la película La Vida es Bella (Benigni, 1997), recordarás todo lo que el padre de la historia tuvo que hacer para que su hijo pequeño, no tuviese que afrontar la realidad del gueto donde estaban confinados y mucho menos de la guerra que tenía encima. Se las ingeniaba todos los días para hacerle ver a su hijo que todo era parte de un juego. La historia termina bastante triste, como suele ser la vida en líneas generales, pero la pintoresca reacción del niño quien, veía el final de la guerra como si fuese el final del juego que siempre creyó jugar, nos recuerda la capacidad que tiene nuestro niño interior de imaginar, soñar y creer.
Puede que algunos encuentren muchas lecturas negativas en el ejemplo que acabo de dar, pero eso no es más que la demostración del grueso de las capas que ocultan a su niño interior.
Un niño busca siempre creer, no importa cuantas veces le mientas, el o ella siempre te darán una oportunidad de volverlo a intentar y de que lo hagas de forma correcta.
Un niño no sabe lo que es el rencor, ni mucho menos el odio. Un niño no conoce el prejuicio ni las diferencias de clases o raza.
Para un niño, el resto de sus congéneres son iguales a él/ella.
Un niño está conectado consigo mismo, con sus necesidades. No quiere decir que tenga conciencia de su Yo”, como tampoco se enreda en las complejidades que el entorno quiera imponerle a su personalidad.
Un niño en su andar es simple, sencillo, honesto, directo, etc. Un niño sabe que quiere, sin importar si es bueno o malo.
Un niño valora sus conexiones primarias, vinculándose a una familia y a un hogar.
En definitiva, un niño no se complica, simplemente toma lo que tiene a la mano y lo usa.
Así mismo es el carácter que Dios requiere de nosotros.
La mayoría de nosotros vivimos de forma muy complicada. Queremos ver todo en blanco o negro, y resulta que en lo interior, nuestro corazón es de colores.
Con el tiempo, en la medida que fuimos haciéndonos adultos, aprendimos erróneamente a cargarnos de problemas y de situaciones, a perder la confianza en los demás, y a sustituir el creer por el ver.
Nos sentimos como si fuéramos el hombre de hojalata con mucha mas rudeza de la que necesitamos en nuestro corazón, anhelando que mágicamente se convierta en uno que pueda sentir.
En nuestro crecimiento, abandonamos al niño que somos, y tal cual lo hacemos con los de carne y hueso, los mandamos a callar, no le damos su valor y posición en nuestras vidas. Simplemente lo echamos a un lado.
Como padre imperfecto que soy, de forma inconsciente he hecho muchas veces esto con mis hijos, negándoles la oportunidad de expresarse, opinar y aconsejar, creyendo que en toda ocasión mi perspectiva de adulto es la correcta.
Que mal hemos hecho las cosas.
Reconozco que todas las veces que ha sido necesario, he tenido que regresarme en el camino a ese punto de inflexión y reconocer abiertamente que me he equivocado ante mis hijos. Eso no me hace menos hombre ante ellos, por el contrario, con esa actitud he aprendido a ganarme su respeto de forma coherente. No necesitamos que nuestros hijos nos obedezcan ciegamente, pero si que estén conectados a nuestras decisiones, y para ello, hay que empezar con respetarlos.
Ese respeto debemos llevarlo también hacia nuestro niño interior. Es un poco mas difícil porque normalmente no estamos conscientes de su existencia, pero eso no significa que no esté.
Como dije antes, debemos reconciliarnos con él.
Comencemos desde ya a valorar esa parte de nosotros que late en lo interior y que tiene todas esas virtudes y conexiones maravillosas.
Amamos, creamos, apoyamos, exploramos, y sentimos desde nuestro niño interior,
Dios ha dispuesto para nosotros cosas maravillosas en nuestras manos. Tenemos la capacidad para recrear el mundo que imaginamos con solo creerlo y accionar en ese sentido.
Puede que no puedas cambiar al mundo, al gobierno, la economía o encontrar una cura para las enfermedades que azotan al planeta; pero puedes hacerlo diferente y mejor para tu familia.
Quizás sea el momento de darle paso al niño interior para que encuentre una solución a tu problema actual, tal vez sea de momento ponerse a jugar. Me parece una excelente idea.
Por allí alguien dijo una vez, que si algo no tiene solución de nuestra parte, en vano está que nos preocupemos por eso. Yo pienso igual, aunque mi adulto exterior intente siempre resolverlo todo.
Podemos construir un mejor mundo para nosotros mismos, dejando a un lado las preocupaciones, soltando las cargas innecesarias que hemos puestos sobre nuestros hombros.
Es mucho tiempo el que hemos invertido en resolver sin alcanzar nada. Ya es hora que de momento nuestro niño interior tome el control por un tiempo. Requerimos de su fe y su habilidad para ver las cosas de una manera distinta, y si logramos encontrar aún rastros de su inocencia, aprovechémoslo al máximo sin intentar cambiar nada.
Puede que acometer eso, como las tareas que te sugerimos en la lamina anterior, sea difícil para el adulto, pero si tienes niños pequeños, pídeles que te ayuden a hacerlo, seguro encontrarán la manera de lograrlo juntos y de pasarla muy bien.
Hoy me he propuesto a ser un poco más niño, porque entendí que uno se la pasa genial y vive más feliz.
Espero haberte motivado para hacer lo mismo, pero por favor disfrútalo todas la veces que puedas.
Cree, siente y juega al máximo todos los días no olvides ser adulto de vez en cuando
Dios te bendiga siempre
Pastor César González
me encanto,totalmente de acuerdo yo cada vez que puedo la dejo salir jajajaj o casi siempre n.n la verdad es que el niño o niña interior no se enrrolla con los problemas del dia a dia seamos felices jugando con nuestro niño interior
ResponderBorrarGracias por leernos
BorrarSiii !! 100% de acuerdo ! Desde que soy mamá, me di cuenta que La Niña que llevo por dentro salió a flote y no quiero que NO se oculte nuevamente ! Disfruto de mi hijo al maximo ! Canto, bailo , juego, pinto, disfruto de su imaginación y esa mirada y sonrisa tan picara que me dice mamá disfruto que juguemos juntos !
ResponderBorrarGracias por compartirnos tu experiencia. Muchas bendiciones
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