Con la genialidad que le caracteriza, mi hijo comenzó a desprenderlas todas, y a buscarles un lugar donde pudieran “pegarse” para luego jugar con ellas, no encontrando uno mejor que su propio cuerpo. El juego consistía en exhibir la obra de arte que había realizado en si mismo, y tratar de compartir sus pegatinas con el resto de la familia, siempre y cuando él decidiera cual le servía a cada quien.
Al rato, algunos estábamos ya “etiquetados”, pero por efecto de caducidad del pegamento, muchas finalizaron en el piso. Esto fue un poco frustrante para mi hijo, quien insistía en pegárselas en su cuerpo de nuevo, pero nunca lo logró, abandonando finalmente la tarea para emprender otro juego.
Con esta anécdota familiar, quiero retomar un tema que nos habíamos planteado en una lección anterior, acerca de las etiquetas.
Cuando pienso por un momento en las pegatinas dispersas en el piso a causa de un pegamento defectuoso o vencido, es imposible que no pueda relacionarlas con las etiquetas o prejuicios que nos hemos formado acerca de otros.
Quisiera de verdad que nuestros prejuicios tuviesen la capacidad de desprenderse por sí solos, a razón de vencimiento, pero lamentablemente sucede lo contrario, porque mientras mas pasa el tiempo, ese “pegamento” que las adhiere a nosotros se vuelve mucho mas fuerte, haciendo difícil y a la vez mas doloroso su desprendimiento.
¿Cuán agradable sería que los prejuicios se desprendieran solos? Pero al igual que con otras cosas como el odio, el rencor, el egoísmo, etc., necesariamente estamos en la posición de aprender a hacerlo por nosotros mismos, en aras de crecer y evolucionar como individuos.
Como lo mencioné en la primera parte, requiere de madurez y determinación para despojarnos de ese tipo de pensamientos, los cuales pueden llegar a nuestras vidas sin buscarlos, pero solo se van si los “echamos”.
Partiendo de todo lo que aprendimos en la primera parte, cuando nos referimos en líneas generales acerca de lo perjudicial que es el “etiquetar” a otros, en esta lección, nos enfocaremos más, en aquellas etiquetas que manejamos acerca de nosotros mismos.
Si bien es difícil muchas veces para nosotros, el
percibir o detectar de momento, que estamos prejuzgando o etiquetando a
alguien, también es cierto, que somos mas ávidos para reconocer cuando es ese alguien
quien lo está haciendo con nosotros.
A nadie le gusta ser criticado, ni mucho menos ser prejuzgado sin razón por otra persona. Eso es tan natural, como lo es la disposición con la que nacemos nosotros para hacerlo.
Como muchas otras cosas en el ser humano, en esto somos de comportamientos muy incongruentes, actuamos mayormente con otros, en forma inversa a como pensamos que deberían actuar con nosotros.
Recuerdo que mencionábamos en la lección pasada, que cuando abrimos la puerta de los prejuicios hacia otros, es muy difícil cerrarla para nosotros mismos, por lo cual, era recomendable evitar este tipo de actitudes y gestionarlas correctamente en nuestras vidas.
El primer paso es reconocer que hemos sido prejuiciosos sin razón en algún momento de nuestras vidas, eso nos permitirá restarle valor a las etiquetas que otros nos asignan |
Es necesario entender esto para poder manejar nuestras propias etiquetas. En la medida que nos disponemos a “medir a otros”, estamos abriendo el compás para ser medidos también.
Ahora seamos sinceros. No es necesario que como excusa, tú o yo asumamos una actitud prejuiciosa para que otros lo hagan.
Siempre habrá quien está dispuesto a “etiquetarnos”
nos lo hayamos ganado o no, porque es un asunto tan común en la especie humana,
que se necesita un alto grado de entendimiento y comprensión (madurez) para no
ser victimas de ello.
No se nace tolerante, esto se aprende con esfuerzo, y eso debe estar en nuestra mente ante la presencia de los “etiquetadores”.
Entender las razones por las que otros nos han etiquetado comienza por entender lo que nos lleva a nosotros a lo mismo.
Nadie es culpable, pero ninguno es inocente.
Todo lo que somos hoy, es producto de lo que hemos vivido, incluso de los que otros vivieron ante de nosotros. Pero hoy, somos responsables (no culpables) de lo que estamos sintiendo. El simple hecho de leer estas líneas, te perfila en ese sentido, y te felicito por querer hacerlo.
Cuando te haces conscientes de eso, cuando puedes asumir que la misma ignorancia e inmadurez que mueve a los demás, es la que te mueve a ti para prejuzgar a alguien, entonces estás dando el primer paso para darle la cara a quienes te etiquetan.
¿Cómo evitar que otros nos etiqueten?
Como ya lo debes intuir, eso es imposible.
En una oportunidad, un discípulo le pregunta a un maestro griego sobre su opinión de lo que las otras personas comentaban o decían acerca de él (del maestro). El maestro miró fijamente a los ojos de su discípulo, y le respondió: “yo solo sé que viviré de tal forma, que nadie les crea”.
Esa respuesta del maestro griego, es la misma que deberíamos darnos a nosotros mismos.
Por mucho que salgamos a defender nuestro honor, y a tratar de cambiar el parecer de la gente acerca de nosotros, no hay forma en que puedas obligar a una persona a mutar el concepto que tiene de ti, a menos que esa persona así lo quiera.
Por eso, enfrascarse en buscar cambios en la mentalidad de la gente es una cosa muy difícil de hacer, y por demás improductiva.
Siempre habrá alguien que te difame. Siempre alguien dará referencias incorrectas de ti. Pero recuerda que la gente tiende más fácil a poner etiquetas, que a buscar razones para conectarse con otros.
Todos hemos sido heridos en ese sentido, reconozcámoslo o no.
Un momento crucial en nuestras vidas es la edad escolar. Siendo muy jóvenes, aprendemos la dura verdad sobre la crueldad de los niños. Un niño no tiene filtros, no conoce de discreción, y mucho menos sabe el significado de la palabra tolerancia. Tanto los varones como las hembras han llegado llorando alguna vez a sus casas, por culpa de algún compañero que se refirió a ellos de una manera nada agradable.
Por ello, es que es inevitable encontrarnos con ese tipo de situaciones, y no existe forma de evitarlas, porque no tenemos control de ello, solo de nosotros mismos.
Una de las áreas de nuestra personalidad que ha sido más atacada desde siempre, y por la que hoy en día existen millones de personas bajo terapia es la autoestima.
Una palabra mal intencionada o una expresión inadecuada acerca de nosotros, puede dañar completamente nuestra confianza, hasta el punto de hacernos creer que realmente eso que dicen de nosotros es verdad, lo que a la larga, predispone nuestra mente, para que esta genere los cambios que nos convertirán en aquello que no deseamos.
Simplemente nos dieron una etiqueta, y nosotros mismos nos la colgamos de las orejas.
La “etiqueta” que una persona de autoridad impone a otra que se encuentra bajo su cobertura, puede ser determinante en su vida. Las relaciones Padre -Hijo o Maestro – Alumno, son un ejemplo claro de esto.
Como padres, maestros, pastores, lideres, jefes, etc. perdemos muchas veces la perspectiva del poder de influencia que ejercemos sobre los que están a nuestro cargo o cuidado.
Aquí no se trata de quien es mas débil o mas fuerte, se trata de asumir positivamente el rol que tenemos, y ayudar a que otros puedan afrontar el suyo correctamente.
El que se considera así mismo el más fuerte, está llamado a actuar con madurez, es decir, sin etiquetar.
Esto último me hizo recordar a un profesor de deportes durante mi paso por el bachillerato. En ese entonces no existían tantas leyes como hay ahora para proteger a los niños y adolescentes del maltrato tanto físico como mental de los adultos. Recuerdo como en plena clase, este profesor le gritaba cosas impropias a aquellos que lamentablemente no poseían la resistencia física de los demás.
Expresiones como “¡Apúrate gordo!”… “¡Son todos una partida de flojos!”, son ejemplos muy comunes de las frases que una persona de autoridad que no entiende su rol, es capaz de decir, sin considerar el daño que puede estar causando.
Eso puede alterarte la vida más de lo que crees.
Entiendo que como es un proceso ajeno a nosotros, es muy difícil determinar el tiempo en que esto se llevará a efecto, y quizás, no lo veamos del todo cumplido. ¿Para que preocuparte entonces por eso? Sigue viviendo tu vida de tal forma que la gente pueda ver algo totalmente distinto de lo que otros han dicho de ti.
En esto quiero hacer un paréntesis. Hay que tener en este punto mucho cuidado con los extremos. No podemos cerrar nuestros oídos completamente a los que otros dicen de nosotros, por el hecho de que “no nos importa”. Eso es ser totalmente orgulloso. Tampoco estoy de acuerdo en que le prestemos atención a lo mínimo que cualquiera dice de nosotros, porque eso sería ponerle freno a nuestra esencia como personas. Eso es debilidad de carácter.
Hay que encontrar el punto medio entre ambas situaciones, pero en definitiva, hay que vivir con un objetivo en la vida, el cual, nunca debe ser el de complacer a los demás o tratar de caerles bien a todos.
Esto último fue un problema para mí durante mucho tiempo. Tenia la falsa creencia de que debía caerle bien a todo el mundo, porque no era una persona de buscar problemas, porque tengo un buen carácter, soy amable, respetuoso, etc. En conclusión, un “hombre bueno” como yo, debe caerle bien a todo el mundo. ¡Que mentira tan grande! Gracias a Dios que tuve que tropezar muchas veces con la verdad para darme cuenta que no era como yo pensaba.
Confieso que me esforcé mucho para evitarlo, que traté de hablar con las personas y convencerlas de que no era como ellas pensaban, ¿y saben que logré? Nada. Mientras mas me empeñaba en cambiar su parecer acerca de mi, más difícil se volvía la situación.
De una de esas oportunidades, me tocó aprender de primera mano, lo que era, el que alguien se encargara de predisponer a los demás en mi contra, sin conocerme siquiera, solo por el hecho de ser el “nuevo”, el que sustituyó a una persona que era muy querida, pero que tuvo que abandonar la empresa. Sufrí de aislamiento, malas caras, malos tratos, incluso de que al inicio boicotearan mi trabajo.
Al principio no lo entendí, y me frustré, me sentí humillado, y por supuesto afectó completamente mi estado de ánimo y por ende mi trabajo.
El
segundo paso consiste en renunciar a la culpabilidad que las etiquetas suelen
asignarnos en nuestro subconsciente: Lo que otros digan o piensen de nosotros
no necesariamente está relacionado con algo que dijimos o hicimos |
Un día me percaté de que no era mi culpa, que lo que esas personas sentían o decían acerca de mi, no tenía nada que ver con algo que yo había dicho o hecho. Las etiquetas que me pusieron no estaban justificadas, pero mucho menos la actitud.
En ese momento decidí no luchar más. Poco a poco, con paciencia, resistiendo en todo, haciendo lo correcto, con la mejor disposición, logré cambiar mi entorno de trabajo. No esperé a que todo cambiara para sentirme bien, empecé primero conmigo, me relajé, y lo demás fue viniendo solo.
La dinámica del trabajo nos obligaba a compartir unos con otros, y en ese ínterin, cada quien tuvo la oportunidad de conocerme mejor, y allí cambió todo, hasta el punto que el día que me marché de la empresa, me despidieron de forma muy bonita e inolvidable.
Tuve que cambiar yo, para que las etiquetas cambiaran. ¿En que cambié? En creer que debo caerle bien a todos, y que debo aceptar cuando eso no sea así. Entendí que nunca dejarán de etiquetarnos, pero que podemos ayudar a que esas etiquetas sean diferentes.
Decidí, que auque no fuera verdad, viviría contrario a lo que ellos pensaban. Nunca les daría la excusa para que convalidaran lo que ellos decían.
¿Cómo reaccionarías tú ante una situación así? Seguro respondería como yo al principio. En vez de aceptar la situación, empecé a culparme y a poner cargas sobre mí que no debía llevar. Pero otra cosa hice mal. Mi respuesta inmediata fue juzgarlos a ellos por lo que estaban haciendo, y con eso me predispuse a todo y con todos.
Lo primero que debemos aprender es aceptar que todos etiquetamos y somos prejuiciosos en algún momento. Eso nos ayudará a ponernos en los zapatos de los demás. Lo segundo, es entender que no somos culpables de los que otros quieren pensar acerca de nosotros sin justificación.
Como dije antes, es importante escuchar las opiniones
que tienen los demás acerca de nosotros, solo para encontrar elementos que nos
permitan mejorar como personas, pero es muy saludable saber a que voces
escuchar y hasta que punto esos cambios no afecten nuestra esencia.
Busca alguien en quien puedas confiarle estos asuntos, que pueda ser sincero y honesto, pero que a la vez sepa como hablar contigo sin dañarte, sin etiquetarte. Sé que no abundan, pero estoy seguro que los hay.
Alguien me mencionó una vez, que es muy duro, hacer cambios en tu vida para mejorar como persona, y que aún la gente persista en verte de la misma forma en como eras antes.
Recuerda que nadie puede cambiar su visión a menos que esté dispuesto a sustituir el cristal con el que está mirando. Solo las personas a quienes realmente le importa, estarán al pendiente de esos cambios, y solo ellos tendrán expectativas acerca de ti. El resto solo verán lo que quieran ver, y eso tú no lo puedes cambiar.
La pregunta que debes hacerte siempre es ¿porque estoy cambiando? Nunca te plantees un cambio para complacer a otros, hazlo porque eso te puede ayudar a ser una mejor persona para ti mismo.
Es bueno contar con gente que te aconseje para tu bien, para que seas mejor, pero los cambios deben traerte satisfacción primeramente a ti y no a nadie más. Si en el proceso otros se benefician, eso es bueno pero es adicional, porque primeramente eres tú.
Recuerda que siempre te sobrará gente que te critique y te etiquete. Busca entonces rodearte de gente que tenga expectativas de ti, personas que puedan tener la madurez y el amor para aceptar tus errores, y entender tus procesos de cambio.
No olvidemos que somos nuestros más crueles críticos,
y que aunado a todo lo que vivimos y a las etiquetas que otros nos colocan,
solemos crear también para nosotros mismos nuestras propias etiquetas.
A veces estas etiquetas son peores que aquellas que hemos recibido de otros, pero tranquilo, a pesar de todo, tampoco es tu culpa, pero si tu responsabilidad.
Sin importar, si lo que te dices cada día a ti mismo, es la reproducción de algo que se encuentra en tu memoria o es producto de tus miedos e inseguridades, déjame decirte, que estas son las únicas etiquetas sobre las cuales tú tienes el control absoluto.
Lo
tercero que debemos hacer es construir un sistema de valores propios tan
fuerte que permita contrarrestar en nuestra mente los prejuicios que recibimos
de otros. Eso es una actividad que debe ejecutarse a diario, durante toda la
vida |
¿Como te ves a ti mismo? ¿Quién eres según tú? ¿Qué piensas sobre ti?
Estas son las preguntas claves que debes hacerte todos los días de tu vida, porque sus respuestas son las que determinarán tu destino y tu propósito.
Estas respuestas se convierten en las etiquetas que elaboramos acerca de nosotros mismos.
Ya te había mencionado que las etiquetas que otros tienen en sus mentes acerca de ti no desaparecen sino que pueden cambiar. ¿Qué de las tuyas? Sufren el mismo efecto. Sin querer, hacemos etiquetas acerca de nosotros mismos, tenemos una idea preconcebida de quienes somos. Todo eso se puede alterar para bien o para mal.
Este es el pensamiento más importante y más poderoso que existe.
El tercer elemento que debemos considerar para afrontar las etiquetas que otros tienen de nosotros, es construir una base de etiquetas propias que nos realcen y nos empoderen cada día.
Recién aprendí de un psicólogo, que la autoestima llega a su punto pleno alrededor de los 80 años de edad. Esto quiere decir, que nunca antes de esa edad tendremos una autoestima lo suficientemente fuerte para confrontar las criticas y mucho menos los prejuicios.
¿Qué hacemos entonces mientras? Vivamos cada día construyendo esa autoconfianza, aportándonos elementos que nos permitan levantarla y sostenerla cada día.
Cosas tan sencillas como mirarte al espejo todos los días y decirte cuan importante eres para ti mismo y para tu familia, asumir como un reto el amarte a ti mismo y decírtelo… sí, decírtelo a ti mismo es un acto de coraje y de amor propio inigualable.
Existen en verdad muchas cosas dentro de nosotros maravillosas, que Dios colocó allí desde el momento de nuestra creación, y solo hay que activarlos con fe.
Trabajar en nuestra autoestima, es un acto de todos los días, no podemos esperar llegar a los 80 años para decidir hacerlo, de hecho estoy, seguro que no vendrá sola, y que tan solo se necesita esa cantidad de tiempo para entenderlo totalmente.
Por ahora, en el presente, algo debemos hacer y definitivamente, solo podemos ocuparnos de nosotros mismos. Puedes ir a terapias si lo deseas, pero hay cosas tan sencillas y tan económicas que puedes hacer, y a la larga los psicólogos trabajan en ayudarte a encontrar las respuestas por ti mismo.
Comencemos entonces desde ya, para lo que te prepongo un ejercicio simple, del cual tú tienes que hacerte responsable.
Escribe en una hoja, todas aquellas frases que tu quisieras que otras personas dijesen de ti. Hazlo con sinceridad, recuerda que en el hecho solo Dios y tú sabrán lo que está allí escrito.
Si hoy en día, has hecho cambios para bien en tu vida, que aún muchos se niegan a ver, escribe como si esas personas ya se hubiesen dado cuenta.
Recuerda que debes preguntarte, ¿como quiero me vean? ¿Cómo quiero ser para ellos? ¿Qué quiero que piensen ellos de mi?
Después que hagas ese ejercicio, te invito a que revises esa lista y leas en voz alta (no tiene porque escucharte nadie) cada frase que escribiste. Hazlo dos veces al día, durante una semana y en la siguiente semana revisa de nuevo las respuestas y escribe ahora todo desde tu perspectiva.
¿Por cuanto tiempo deberás hacer esto? Durante todo el tiempo que quieras, así sea de por vida. Puedes dejarlo también cuando quieras, pero recuerda que siempre tendrás esa herramienta allí, y que todos lo días debemos luchar para levantar nuestra autoestima.
Hazte responsable de tus propias etiquetas.
Ejercita tu vocabulario y empieza a reescribir tu autoestima desde ya, y recuerda:
* No puedes
controlar lo que otros piensen acerca de ti.
* Recuerda
que no eres culpable, que no hay nada que digas o hagas para que otros te
etiqueten injustificablemente.
* Rodéate
de personas que tengas expectativas
acerca de ti, que te amen lo suficiente para entender tus cambios y que sepan
tolerar tus defectos.
* No seas
seducido por los prejuicios tuyos y los de otros.
* Trabaja
contigo mismo, y fortalece tu autoestima.
* Cree
firmemente que Dios está a tu lado para ayudarte, y que él te diseñó con las
capacidades plenas para ser la mejor versión de ti mismo.
* Vive de tal manera que nadie crea a las etiquetas y los prejuicios de lso demás.
Espero con todo esto haber aportado una hermosa
herramienta para tu crecimiento espiritual.
Hasta una próxima oportunidad.
Dios te Bendiga
Pastor César
González
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