Quienes no han sucumbido a la tentación de comprar en una tienda de descuentos, por lo menos lo han considerado.
Es común, sobretodo para los menos asiduos, dar vueltas por dentro de dichos establecimientos a la caza de esa prenda o articulo (muchas veces inútil) con el mayor descuento, o como dicen en el argot económico: “con el que ofrezca la mejor relación costo-beneficio”.
El trabajo puede ser titánico e incluso puede ocuparnos más del tiempo previsto, llegando muchas veces a ser improductivo, causando así más frustración que satisfacción, así como dolores en pies y cabeza.
Una actividad que sin duda las amas de casa disfrutan más que los caballeros, pero aún nosotros, en calidad de compañía, solemos alguna vez, aunque sea por curiosidad, levantar la etiqueta que acompaña al artículo que nos ha llamado la atención.
¿Qué información nos provee una etiqueta? Normalmente todos esperamos encontrar en ellas el precio o el valor de descuento, pero hay quienes revisan un poco mas allá, dependiendo del interés que los motiva o en la búsqueda de una característica particular del producto.
Es interesante ver como existe mucha información que se puede extraer de dichas etiquetas, como también existen muchas de ellas que no aportan absolutamente nada a la causa.
Aunque sé que el uso de etiquetas está extendido en todo tipo de negocios, quise hacer énfasis en estas tiendas de descuentos, porque la información provista para la mayoría de la mercancía que suelen vender en esos lugares (perdón si generalizo), no siempre cumple con los principios de “honestidad” que debe haber en todo negocio.
¿Cuántos se han encontrado, por ejemplo, con una camisa o pantalón cuya etiqueta dice que es 100% algodón y resulta que al roce con la piel pareciera mas bien 100% lija para madera? Sé que allí donde están, han asentado con una sonrisa en sus rostros, porque este asunto es muy común. Sin embargo, muchos no prestamos la atención debida a esa relación entre la información que nos dan y el producto, porque asumimos esos riesgos al entrar en un establecimiento de ese tipo.
Esto nos lleva a reflexionar, que NO somos tan exigentes en ese aspecto como lo somos en nuestras relaciones con los demás.
Una vez escuché que la honestidad hoy en día estaba muy sobrevalorada, y entiendo en cierta forma a las personas que piensan así, porque en el común de los casos, estas suelen haber sido victimas de la imprudencia o del “exceso de sinceridad” de algún individuo en momentos claves de sus vidas.
Adicional a estos “excesos de sinceridad” existe también la predisposición que cada quien maneja hacia situaciones o tipo de personas con las que nos encontramos en el día a día, lo cual, no siempre manifestamos de manera pública, pero a la larga, influyen en nuestro comportamiento hacia los demás.
Esto es un “mal” que nos toca a todos por igual, en mayor o menor grado. Nadie está exento de ello. En esto no hay buenos o malos, ricos o pobres, cultos o incultos. Es una especie de tendencia de nuestra mente a predisponernos hacia los demás, sea para bien o para mal.
Nos inclinamos fácilmente a “etiquetar” a las personas, aún a las que no conocemos.
¿Porque sucede esto?
En primer lugar, y en muchos casos, somos orientados erróneamente desde muy
pequeños, a preconcebir en nuestras mentes, apreciaciones equivocadas de las
personas.
Durante la crianza, nuestros padres, en su muy honesta intensión de protegernos, nos educaron, señalando en ocasiones, los defectos o los comportamientos erróneos en otros, recalcando con ello el “camino equivocado” de hacer las cosas, mientras que en contraposición, nos invitaban a comprobar también el “camino correcto”, usando a otros individuos como ejemplo, incluyéndose.
Esa dinámica se repite hoy en día en cada hogar, y se seguirá aplicando quizás por siempre, porque como padres, todos buscamos formar a nuestros hijos en el mejor camino para ellos, asumiendo primeramente el compromiso de ser nosotros mismos el modelo a seguir.
Que esta forma de educar sea la correcta o no, se escapa de nuestro análisis en este momento, pero debemos asumir que es inevitable, porque existe como una “ley” inserta en nosotros, y por demás demostrable, de que se enseña más con el ejemplo que con las palabras, y eso funciona tanto para lo bueno como para lo malo.
Aceptamos con esto último, que en el camino de la crianza hemos cometido también muchos errores, y quizás, uno de los más terribles, ha sido por causa de esa misma necesidad de proteger a nuestros hijos, para que otras personas no les hagan daño o los lleven a hacer cosas indebidas.
Les enseñamos a crear barreras y a etiquetar a las personas como buenas o malas, desvirtuando completamente nuestro rol como formadores de carácter, creando en su defecto, individuos resentidos, temerosos y desconfiados.
En lo básico, no creo que sea malo generar advertencias y enseñar a nuestros hijos a ser precavidos ante ciertas circunstancias, pero manejar este tipo de situaciones requiere de cierta madurez en el individuo, por lo cual, no estoy de acuerdo en que se gestionen estas alertas sin considerar la edad del niño.
A veces, por no medir esto último, provocamos sin querer, niños “odiosos” o tímidos, carentes de entablar una relación sana con otros.
"En la medida en que crecen, podemos darles mayor y mejor información a nuestros hijos, pero siempre debemos ayudarlos a desarrollar su capacidad de tolerancia y de respeto hacia el resto de las personas."
El fenómeno de “bulling” tiene su origen en gran parte, a la formación de “etiquetas” en las mentes de nuestros niños. Nos olvidamos de enseñar respeto, valoración y tolerancia, con la excusa de hacer “niños más fuertes”, cuando en realidad los hacemos más vulnerables.
Hablarles, muchas veces en forma de grito a nuestros hijos, promulgando sus errores o defectos en todo tiempo, los “etiqueta” para el fracaso, contrario a lo que erróneamente deseamos.
Un llamado de atención a los padres. Un victimario del “bulling”, normalmente fue primero una victima, y esa situación comúnmente se origina en casa. Cuida bien la forma en como le hablas a tus hijos, porque no hay palabras inocentes, mucho menos para el entendimiento de un niño.
En la medida en que crecen, podemos darles mayor y mejor información a nuestros hijos, pero siempre debemos ayudarlos a desarrollar su capacidad de tolerancia y de respeto hacia el resto de las personas.
Reconozco que esto no es sencillo, porque muchas veces somos nosotros mismos los que creamos esas etiquetas acerca de las personas para nuestro consumo personal, y por ende, es muy difícil enseñar a “dejar algo” que no somos capaces de “soltar” por nuestra cuenta.
"Un victimario del “bulling”, normalmente fue primero una victima, y esa situación comúnmente se origina en casa..."
Es más fácil y cómodo compartir un prejuicio, que construirnos una razón para aceptar al otro.
Recuerdo un episodio con mi mamá, cuando entró en pleitos con una vecina a la cual yo acostumbraba a ayudar con los mandados. Tendría aproximadamente como doce años de edad, cuando mi mamá me prohibió “hacerle favores” a dicha vecina. Yo como buen preadolescente, no le hice caso y seguí ayudando a la vecina pero ocultándoselo a mi mamá, lo cual no tardó en descubrirse. Cuando fui increpado al respecto, le declaré a mi mamá la razón para haberla desobedecido, y en mi muy incipiente madurez, le dije: “no voy a aceptar que me enseñes a odiar a otros…”, lo cual, me valió el respeto de mi mamá, y como bien se lo hice saber, al poco tiempo volvió a estar de buenas con la vecina hasta el final de sus días.
Este sencillo ejemplo, es una demostración clara de los errores que cometemos muchas veces con nuestros hijos ¿Es correcto que transfiramos a ellos nuestras rabias, temores o desconfianzas? ¿Estamos realmente protegiéndolos, o haciéndolos mas vulnerables? Te repito, no creo que tengamos malas intenciones, pero igual estamos equivocados.
Todo lo que sembramos hoy, eso mismo lo recogeremos mañana, pero mas grande.
En la medida que estamos dispuestos a etiquetar a las personas, estamos abriendo paso para que otros lo hagan con la misma liberalidad hacia nosotros.
"Una cosa es tener “expectativas” acerca de alguien y otra cosa muy distinta es tener una predisposición hacia ella."
Acostumbro recomendarle a mi hijo mayor a no nombrar a nadie con el uso
de sobrenombres o apodos, sobre todo si son despectivos, porque sé que cuando tú
abres esa puerta no hay forma de cerrarla para ti mismo.
Esto mismo aplica también para las etiquetas.
No importa si te las reservas para ti mismo o si las compartes libremente con otros. Tienen el mismo efecto en ti, porque te predisponen con los demás.
Las etiquetas que colocamos en otras personas, son muy parecidas a las que encontramos en las tiendas por descuentos, en las cuales, o no encontramos suficiente información para determinar las características del producto, o simplemente la información que nos dan no es la correcta.
Tal cual, la información que recibimos de primera mano acerca de alguien, siempre estará incompleta, e incluso puede estar sesgada por resentimientos, malas experiencias, frustraciones, etc.
La información que recibimos acerca de alguien no debe ser usada para que nos predispongamos ante esa persona, por el contrario, debe servir, como un estimulo para amoldar nuestro comportamiento, a favor de conectar favorablemente con la misma.
¿Cuántas veces nos hemos dado cuenta de que hemos estado equivocados acerca de alguien? Y no solo lo digo en el aspecto negativo, a veces sucede que tenemos un alto concepto de esa persona, y después de conocerle bien, termina “cayéndose del pedestal”. Pero todo esto forma parte de la dinámica de las relaciones.
A la larga, nunca participamos en alguna relación, sea temporal o de contacto prolongado, sin previamente tener “una idea” o expectativa de lo que nos encontraremos.
Una cosa es tener “expectativas” acerca de alguien y otra cosa muy distinta es tener una predisposición hacia ella. La primera nos permite abrir nuestra visión de las personas, la segunda solo nos deja ver lo que queremos ver.
En una oportunidad, una amiga se ofreció a darme el aventón hacia mi casa, no sin antes advertirme que a su nuevo novio, no le gustaban los “temas religiosos” porque se consideraba ateo.
Con esta información en mente, me monté en la parte de atrás del vehiculo, y en el camino fuimos presentados. Yo dije dentro de mí: “recuerda que el cree que es ateo…”, y con eso en mente, entablé una conversación por demás interesante, y quedamos en seguir con la charla en otra oportunidad.
La información para este primer encuentro fue vital, pero no por ello me formé una etiqueta de esta persona y la deseché por sus pensamientos ateos. Por el contrario, en los siguientes encuentros, las charlas se volvieron mas atrevidas, porque ya en confianza pude introducir el tema de lo divino. ¿Trataba acaso de cambiar su forma de pensar? Para nada, pero le di la oportunidad de recibir la información correcta acerca del tema, e la mano de una persona de su confianza.
Etiquetar a las personas, nos cierra a tratar de entenderlas, a ayudarles a gestionar sus conflictos, pero también nos afecta a nosotros. Cuando nos volvemos sesgados en nuestra forma de pensar, causamos rechazo en otros, y avanzamos en la consolidación de nuestra intolerancia.
Recientemente escuchamos del caso de un hombre de raza afroamericana de apellido Floyd, quien fue tratado brutalmente en una operación policíaca. El asunto fue manejado como un caso de racismo. ¿Es que no se había visto antes? Claro que sí, todos los días y no solo en EEUU.
Lo que desató la polémica de este caso fue el exceso de violencia, que llevó a la muerte de este hombre.
¿Qué se necesitó para que esta brutalidad policíaca se manifestara? Simplemente la oportunidad para que “las etiquetas” que fueron formadas en las mentes de estos policías acerca de las personas de raza negra, tomaran forma humana. Solo se necesitaba un individuo afroamericano en una situación que lo comprometiera, y un grupo de hombres “envenenados en su mente” por ideas erróneas preconcebidas acerca de su raza, lo cual desató la brutalidad.
¿Podemos llegar nosotros con nuestras ideas preconcebidas acerca de las personas a cometer atrocidades similares? Mi respuesta es la siguiente: la mente humana es capaz de hacer cosas increíbles, más allá de lo que nos imaginamos, y ella es la que manda en nosotros. Saque ud. sus conclusiones.
"Por esto y por más, debemos aprender a no guiarnos por lo que “vemos” porque nuestra óptica puede estar distorsionada según nuestras creencias"
Pero no debemos culpar de todo a la educación que recibimos en casa.
Como dije en párrafos anteriores, existen cosas que como adultos debemos ser capaces de hacer, y una de ellas es responsabilizarnos por los prejuicios que manejamos. Deberíamos tener la madurez para entender que está mal en nosotros y hacer los cambios.
Tuve la oportunidad de entablar una amistad con un árabe-venezolano, a
quien me unen lazos de amistad y cariño muy grandes. En nuestras conversaciones
hablábamos de todo, y nunca faltaba el tema de
Lo que aprendí de nuestros diálogos en muy curioso. Cada quien, cuando niño, es enseñado o predispuesto desde su bando a odiar al otro, sin siquiera conocer con exactitud la razón principal de su rivalidad como razas. Siempre las respuestas o razones de mi amigo que me daba acerca de su prejuicio, hacían referencia a eventos actuales, a conflictos que estaban a la par con las noticias del momento. Él tenía razones en la actualidad para estar enojado con su contraparte judía, pero su predisposición hacia ellos no era causada por los eventos recientes, era un asunto ancestral, un prejuicio que ha ido pasando de generación en generación.
Quiero soñar con la esperanza que en un futuro no muy lejano, tanto árabes como judíos se hagan responsables de sus propios prejuicios y determinen de una vez por todas, acabar con la rivalidad. Eso abriría caminos hacia la paz en sus regiones.
Por esto y por más, debemos aprender a no guiarnos por lo que “vemos” porque nuestra óptica puede estar distorsionada según nuestras creencias.
Somos lo que pensamos, y actuamos según lo que está preservado en nuestra memoria.
Si un prejuicio instaurado en nosotros desde la infancia puede mantener una guerra de por vida. ¿Cuanto bien no hará el que nos despojamos de el?
No todos los prejuicios provienen de la educación que recibimos, pero somos responsables de todos ellos.
Otra cosa que he aprendido de las tiendas de descuentos, es que sin importar
la talla que indica la etiqueta, mucha gente (me incluyo) buscamos “probarnos”
esa prenda que nos llama la atención, confiando en que las tallas están
erradas, ya que casi siempre, vienen un poco mas grandes o pequeñas. Lo otro es
que a veces asumimos que puede haber un error en la etiqueta como tal, y que lo
representado en ella no sea del artículo que tenemos en la mano. ¿Les ha
pasado?
Así mismo deberíamos hacer nosotros con las personas, olvidándonos de la etiqueta que nosotros mismos u otro ha elaborado acerca de ella, y “probar” al entablar un acercamiento.
Existen muchos casos (yo puedo certificar unos cuantos), en donde personas que se “caían mal” desde un principio, se esforzaron en soltar los prejuicios, y hoy en día son buenísimos amigos, incluso conozco de algunos que hasta se casaron. Las posibilidades son muchas.
Debemos adquirir conciencia sobre este tema, que parece trivial para muchos, pero resulta que por esta causa hemos perdido oportunidades grandiosas, y así mismo hemos alejado sin razón personas maravillosas de nuestras vidas.
Incluso, por lo que expusimos un poco más arriba, guerras se ha originado y mantenido por causa de prejuicios no gestionados correctamente.
Cada quien ha asumido una posición en relación con el otro, y eso es inevitable porque está en nuestra psique.
No obstante, esto último no puede ser la excusa para aferrarnos a esos prejuicios.
Recordemos como al principio leíamos: “Seremos medidos con la misma vara con la que lo hacemos nosotros”.
¿Cómo sería tu vida hoy en día sin hubieses tomado una actitud diferente con esa persona que te caía mal?
Debemos crecer en nuestra capacidad de tolerar a otros y de no prejuzgar a nadie. Eso es lo que hacemos los adultos.
En esto radica la madurez, en aprender a soltar estos esquemas que sirvieron para protegernos cuando niños, y de romper en definitiva con todos aquellos prejuicios que las malas experiencias nos han convalidado en acumular durante nuestras vidas.
Hay que comenzar con visualizar a las personas como realmente son y no por las “etiquetas” que manejamos.
Soltemos los prejuicios. Conozcamos a la gente. Démonos la oportunidad de decepcionarnos o asombrarnos. Todo está en juego en la mesa.
¿Tengo derecho a asumir una etiqueta de alguien una vez que lo conozca? Creo definitivamente que no. Las etiquetas nunca tienen toda la información.
¿Qué hacemos entonces? Aprendamos a juzgar los hechos y no a las personas.
Una mentira no te hace mentiroso. Una ruptura no te hace mal marido o esposa. Un mal negocio no determina que seas un pésimo comerciante.
¿Cuántas veces hemos etiquetado a nuestros propios hijos de desobedientes, desordenados, mentirosos, indisciplinados, mal geniosos, irresponsables, malos estudiantes,….?
Esas son etiquetas que marcan a un niño o a aun adolescente, y lo pueden hacer de por vida.
¿Cuántas veces le hemos dicho a nuestra pareja que es inútil, que no sirve para nada, que solo hace molestar, que es un parásito, que es un inmadur@, …?
Estas también son etiquetas que pueden afectar grandemente a esa otra persona, aunque no sea nuestra intención.
Una canción muy popular en los años 90’s rezaba en una de sus partes: “no es lo mismo llamar al demonio que verlo llegar…”
En otras palabras, “etiquetar” implica dar por hecho una realidad que no existe en el momento. Eso es atar a “otros” a una mentira que irresponsablemente hemos creado en nosotros mismos.
Cuidado con lo que decimos.
Cuando tú etiquetas a alguien de esta forma, la sentencias (juzgas) ante tus ojos, y le envías ese mismo mensaje a su cerebro, pero también al tuyo.
¿Puede un error marcar a alguien para siempre? Sí, ante los ojos de otros o ante los propios.
Nada es absoluto en las personas, por eso aprendamos a juzgar solo los hechos no a la gente.
Dejemos de etiquetarlas, y habrá posibilidades de ver cosas mejores en ellas.
Hemos decidido dividir esta lección en dos partes para dedicarle un episodio completo al manejo de las etiquetas internas, esas que tienen que ver con nosotros mismos, pero era necesario hablar de esto primero, porque solo en la medida que estemos dispuestos a cambiar nuestra visión acerca de las demás personas, es que encontraremos las herramientas para poder hacer lo propio en nosotros mismos.
Por los momentos concéntrate en abrir tu mente y corazón en una sincera amplitud para poder ver con claridad, que lo que conocemos acerca de alguien no es suficiente, que merecemos ir más allá para explorar, experimentar, y probar que existe un “alguien” en lo profundo de cada individuo, que es la esencia real de su ser.
Puede que haya decepciones, como puede que no.
Acércate a la gente con expectativas, pero sin etiquetas…
Nos vemos en la segunda parte…
Muchas bendiciones.
Pastor César González.
Excelente artículo Cesar . En estas líneas plasmas de una manera amena y comparativa el etiquetar .
ResponderBorrarExcelente artículo Cesar . En estas líneas plasmas de una manera amena y comparativa el etiquetar .
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