lunes, 29 de junio de 2020

Sin E-TI-QUE-TAS. parte 2




En días pasados, mi hijo menor encontró entre sus cosas olvidadas, una hoja  repleta de pegatinas o “sticker” con figuras de sus personajes favoritos. Estas pegatinas se desprenden fácilmente de la hoja y tienen un pegamento que les permite adherirse a algunas superficies.

Con la genialidad que le caracteriza, mi hijo comenzó a desprenderlas todas, y a buscarles un lugar donde pudieran “pegarse” para luego jugar con ellas, no encontrando uno mejor que su propio cuerpo. El juego consistía en exhibir la obra de arte que había realizado en si mismo, y tratar de compartir sus pegatinas con el resto de la familia, siempre y cuando él decidiera cual le servía a cada quien.

Al rato, algunos estábamos ya “etiquetados”, pero por efecto de caducidad del pegamento, muchas finalizaron en el piso. Esto fue un poco frustrante para mi hijo, quien insistía en pegárselas en su cuerpo de nuevo, pero nunca lo logró, abandonando finalmente la tarea para emprender otro juego.

Con esta anécdota familiar, quiero retomar un tema que nos habíamos planteado en una lección anterior, acerca de las etiquetas.

Cuando pienso por un momento en las pegatinas dispersas en el piso a causa de un pegamento defectuoso o vencido, es imposible que no pueda relacionarlas con las etiquetas o prejuicios que nos hemos formado acerca de otros.

Quisiera de verdad que nuestros prejuicios tuviesen la capacidad de desprenderse por sí solos, a razón de vencimiento, pero lamentablemente sucede lo contrario, porque mientras mas pasa el tiempo, ese “pegamento” que las adhiere a nosotros se vuelve  mucho mas fuerte, haciendo difícil y a la vez mas doloroso su desprendimiento.

¿Cuán agradable sería que los prejuicios se desprendieran solos? Pero al igual que con otras cosas como el odio, el rencor, el egoísmo, etc., necesariamente estamos en la posición de aprender a hacerlo por nosotros mismos, en aras de crecer y evolucionar como individuos.

Como lo mencioné en la primera parte, requiere de madurez y determinación para despojarnos de ese tipo de pensamientos, los cuales pueden llegar a nuestras vidas sin buscarlos, pero solo se van si los “echamos”.

Partiendo de todo lo que aprendimos en la primera parte, cuando nos referimos en líneas generales acerca de lo perjudicial que es el “etiquetar” a otros, en esta lección, nos enfocaremos más, en aquellas etiquetas que manejamos acerca de nosotros mismos.






Si bien es difícil muchas veces para nosotros, el percibir o detectar de momento, que estamos prejuzgando o etiquetando a alguien, también es cierto, que somos mas ávidos para reconocer cuando es ese alguien quien lo está haciendo con nosotros.

A nadie le gusta ser criticado, ni mucho menos ser prejuzgado sin razón por otra persona. Eso es tan natural, como lo es la disposición con la que nacemos nosotros para hacerlo.

Como muchas otras cosas en el ser humano, en esto somos de comportamientos muy incongruentes, actuamos mayormente con otros, en forma inversa a como pensamos que deberían actuar con nosotros.

Recuerdo que mencionábamos en la lección pasada, que cuando abrimos la puerta de los prejuicios hacia otros, es muy difícil cerrarla para nosotros mismos, por lo cual, era recomendable evitar este tipo de actitudes y gestionarlas correctamente en nuestras vidas.


El primer paso es reconocer que hemos sido prejuiciosos sin razón en algún momento de nuestras vidas, eso nos permitirá restarle valor a las etiquetas que otros nos asignan

  

Es necesario entender esto para poder manejar nuestras propias etiquetas. En la medida que nos disponemos a “medir a otros”, estamos abriendo el compás para ser medidos también. 

Ahora seamos sinceros. No es necesario que como excusa, tú o yo asumamos una actitud prejuiciosa para que otros lo hagan. 

Siempre habrá quien está dispuesto a “etiquetarnos” nos lo hayamos ganado o no, porque es un asunto tan común en la especie humana, que se necesita un alto grado de entendimiento y comprensión (madurez) para no ser victimas de ello.

No se nace tolerante, esto se aprende con esfuerzo, y eso debe estar en nuestra mente ante la presencia de los “etiquetadores”.

Entender las razones por las que otros nos han etiquetado comienza por entender lo que nos lleva a nosotros a lo mismo.

Nadie es culpable, pero ninguno es inocente.

Todo lo que somos hoy, es producto de lo que hemos vivido, incluso de los que otros vivieron ante de nosotros. Pero hoy, somos responsables (no culpables) de lo que estamos sintiendo. El simple hecho de leer estas líneas, te perfila en ese sentido, y te felicito por querer hacerlo.

Cuando te haces conscientes de eso, cuando puedes asumir que la misma ignorancia e inmadurez que mueve a los demás, es la que te mueve a ti para prejuzgar a alguien, entonces estás dando el primer paso para darle la cara  a quienes te etiquetan.

¿Cómo evitar que otros nos etiqueten?

Como ya lo debes intuir, eso es imposible.

En una oportunidad, un discípulo le pregunta a un maestro griego sobre su opinión de lo que las otras personas comentaban o decían acerca de él (del maestro). El maestro miró fijamente a los ojos de su discípulo, y le respondió: “yo solo sé que viviré de tal forma, que nadie les crea”.

Esa respuesta del maestro griego, es la misma que deberíamos darnos a nosotros mismos.

Por mucho que salgamos a defender nuestro honor, y a tratar de cambiar el parecer de la gente acerca de nosotros, no hay forma en que puedas obligar a una persona a mutar el concepto que tiene de ti, a menos que esa persona así lo quiera.

Por eso, enfrascarse en buscar cambios en la mentalidad de la gente es una cosa muy difícil de hacer, y por demás improductiva.

Siempre habrá alguien que te difame. Siempre alguien dará referencias incorrectas de ti. Pero recuerda que la gente tiende más fácil a poner etiquetas, que a buscar razones para conectarse con otros.

Todos hemos sido heridos en ese sentido, reconozcámoslo o no.

Un momento crucial en nuestras vidas es la edad escolar. Siendo muy jóvenes, aprendemos la dura verdad sobre la crueldad de los niños. Un niño no tiene filtros, no conoce de discreción, y mucho menos sabe el significado de la palabra tolerancia. Tanto los varones como las hembras han llegado llorando alguna vez a sus casas, por culpa de algún compañero que se refirió a ellos de una manera nada agradable.

Por ello, es que es inevitable encontrarnos con ese tipo de situaciones, y no existe forma de evitarlas, porque no tenemos control de ello, solo de nosotros mismos.

Una de las áreas de nuestra personalidad que ha sido más atacada desde siempre, y por la que hoy en día existen millones de personas bajo terapia es la autoestima.

Una palabra mal intencionada o una expresión inadecuada acerca de nosotros, puede dañar completamente nuestra confianza, hasta el punto de hacernos creer que realmente eso que dicen de nosotros es verdad, lo que a la larga, predispone nuestra mente, para que esta genere los cambios que nos convertirán en aquello que no deseamos.

Simplemente nos dieron una etiqueta, y nosotros mismos nos la colgamos de las orejas.

La “etiqueta” que una persona de autoridad impone a otra que se encuentra bajo su cobertura, puede ser determinante en su vida. Las relaciones Padre -Hijo o Maestro – Alumno, son un ejemplo claro de esto.

Como padres, maestros, pastores, lideres, jefes, etc. perdemos muchas veces la perspectiva del poder de influencia que ejercemos sobre los que están a nuestro cargo o cuidado.

Aquí no se trata de quien es mas débil o mas fuerte, se trata de asumir positivamente el rol que tenemos, y ayudar a que otros puedan afrontar el suyo correctamente.

El que se considera así mismo el más fuerte, está llamado a actuar con madurez, es decir, sin etiquetar.

Esto último me hizo recordar a un profesor de deportes durante mi paso por el bachillerato. En ese entonces no existían tantas leyes como hay ahora para proteger a los niños y adolescentes del maltrato tanto físico como mental de los adultos. Recuerdo como en plena clase, este profesor le gritaba cosas impropias a  aquellos que lamentablemente no poseían la resistencia física de los demás.

Expresiones como “¡Apúrate gordo!”… “¡Son todos una partida de flojos!”, son ejemplos muy comunes de las frases que una persona de autoridad que no entiende su rol, es capaz de decir, sin considerar el daño que puede estar causando.

Eso puede alterarte la vida más de lo que crees.





No importa lo que otros puedan decir de ti. Si es verdad o es mentira, los hechos hablarán por sí solos. Como bien lo decía el maestro griego, no hay que detenerse a pensar en lo que la gente diga de ti. La verdad saldrá a la luz algún día, y la gente finalmente reconocerá “quien eres” en realidad.

Entiendo que como es un proceso ajeno a nosotros, es muy difícil determinar el tiempo en que esto se llevará a efecto, y quizás, no lo veamos del todo cumplido. ¿Para que preocuparte entonces por eso? Sigue viviendo tu vida de tal forma que la gente pueda ver algo totalmente distinto de lo que otros han dicho de ti.

En esto quiero hacer un paréntesis. Hay que tener en este punto mucho cuidado con los extremos. No podemos cerrar nuestros oídos completamente a los que otros dicen de nosotros, por el hecho de que “no nos importa”. Eso es ser totalmente orgulloso. Tampoco estoy de acuerdo en que le prestemos atención a lo mínimo que cualquiera dice de nosotros, porque eso sería ponerle freno a nuestra esencia como personas. Eso es debilidad de carácter.

Hay que encontrar el punto medio entre ambas situaciones, pero en definitiva, hay que vivir con un objetivo en la vida, el cual, nunca debe ser el de complacer a los demás o tratar de caerles bien a todos.

Esto último fue un problema para mí durante mucho tiempo. Tenia la falsa creencia de que debía caerle bien a todo el mundo, porque no era una persona de buscar problemas, porque tengo un buen carácter, soy amable, respetuoso, etc. En conclusión, un “hombre bueno” como yo, debe caerle bien a todo el mundo. ¡Que mentira tan grande! Gracias a Dios que tuve que tropezar muchas veces con la verdad para darme cuenta que no era como yo pensaba.

Confieso que me esforcé mucho para evitarlo, que traté de hablar con las personas y convencerlas de que no era como ellas pensaban, ¿y saben que logré? Nada. Mientras mas me empeñaba en cambiar su parecer acerca de mi, más difícil se volvía la situación.

De una de esas oportunidades, me tocó aprender de primera mano, lo que era, el que alguien se encargara de predisponer a los demás en mi contra, sin conocerme siquiera, solo por el hecho de ser el “nuevo”, el que sustituyó a una persona que era muy querida, pero que tuvo que abandonar la empresa. Sufrí de aislamiento, malas caras, malos tratos, incluso de que al inicio boicotearan mi trabajo.

Al principio no lo entendí, y me frustré, me sentí humillado, y por supuesto afectó completamente mi estado de ánimo y por ende mi trabajo.

 

El segundo paso consiste en renunciar a la culpabilidad que las etiquetas suelen asignarnos en nuestro subconsciente: Lo que otros digan o piensen de nosotros no necesariamente está relacionado con algo que dijimos o hicimos

 

Un día me percaté de que no era mi culpa, que lo que esas personas sentían o decían acerca de mi, no tenía nada que ver con algo que yo había dicho o  hecho. Las etiquetas que me pusieron no estaban justificadas, pero mucho menos la actitud.

En ese momento decidí no luchar más. Poco a poco, con paciencia, resistiendo en todo, haciendo lo correcto, con la mejor disposición, logré cambiar mi entorno de trabajo. No esperé a que todo cambiara para sentirme bien, empecé primero conmigo, me relajé, y lo demás fue viniendo solo.

La dinámica del trabajo nos obligaba a compartir unos con otros, y en ese ínterin, cada quien tuvo la oportunidad de conocerme mejor, y allí cambió todo, hasta el punto que el día que me marché de la empresa, me despidieron de forma muy bonita e inolvidable.

Tuve que cambiar yo, para que las etiquetas cambiaran. ¿En que cambié? En creer que debo caerle bien a todos, y que debo aceptar cuando eso no sea así. Entendí que nunca dejarán de etiquetarnos, pero que podemos ayudar a que esas etiquetas sean diferentes.

Decidí, que auque no fuera verdad, viviría contrario a lo que ellos pensaban. Nunca les daría la excusa para que convalidaran lo que ellos decían.

¿Cómo reaccionarías tú ante una situación así? Seguro respondería como yo al principio. En vez de aceptar la situación, empecé a culparme y a poner cargas sobre mí que no debía llevar. Pero otra cosa hice mal. Mi respuesta inmediata fue juzgarlos a ellos por lo que estaban haciendo, y con eso me predispuse a todo y con todos.

Lo primero que debemos aprender es aceptar que todos etiquetamos y somos prejuiciosos en algún momento. Eso nos ayudará a ponernos en los zapatos de los demás. Lo segundo, es entender que no somos culpables de los que otros quieren pensar acerca de nosotros sin justificación. 





Como dije antes, es importante escuchar las opiniones que tienen los demás acerca de nosotros, solo para encontrar elementos que nos permitan mejorar como personas, pero es muy saludable saber a que voces escuchar y hasta que punto esos cambios no afecten nuestra esencia.

Busca alguien en quien puedas confiarle estos asuntos, que pueda ser sincero y honesto, pero que a la vez sepa como hablar contigo sin dañarte, sin etiquetarte. Sé que no abundan, pero estoy seguro que los hay.

Alguien me mencionó una vez, que es muy duro, hacer cambios en tu vida para mejorar como persona, y que aún la gente persista en verte de la misma forma en como eras antes.  

Recuerda que nadie puede cambiar su visión a menos que esté dispuesto a sustituir el cristal con el que está mirando. Solo las personas a quienes  realmente le importa, estarán al pendiente de esos cambios, y solo ellos tendrán expectativas acerca de ti. El resto solo verán lo que quieran ver, y eso tú no lo puedes cambiar.

La pregunta que debes hacerte siempre es ¿porque estoy cambiando? Nunca te plantees un cambio para complacer a otros, hazlo porque eso te puede ayudar a ser una mejor persona para ti mismo.

Es bueno contar con gente que te aconseje para tu bien, para que seas mejor, pero los cambios deben traerte satisfacción primeramente a ti y no a nadie más. Si en el proceso otros se benefician, eso es bueno pero es adicional, porque primeramente eres tú.

Recuerda que siempre te sobrará gente que te critique y te etiquete. Busca entonces rodearte de gente que tenga expectativas de ti, personas que puedan tener la madurez y el amor para aceptar tus errores, y entender tus procesos de cambio.





No olvidemos que somos nuestros más crueles críticos, y que aunado a todo lo que vivimos y a las etiquetas que otros nos colocan, solemos crear también para nosotros mismos nuestras propias etiquetas.

A veces estas etiquetas son peores que aquellas que hemos recibido de otros, pero tranquilo, a pesar de todo, tampoco es tu culpa, pero si tu responsabilidad.

Sin importar, si lo que te dices cada día a ti mismo, es la reproducción de algo que se encuentra en tu memoria o es producto de tus miedos e inseguridades, déjame decirte, que estas son las únicas etiquetas sobre las cuales tú tienes el control absoluto.

 

Lo tercero que debemos hacer es construir un sistema de valores propios tan fuerte que permita contrarrestar en nuestra mente los prejuicios que recibimos de otros. Eso es una actividad que debe ejecutarse a diario, durante toda la vida

 

¿Como te ves a ti mismo? ¿Quién eres según tú? ¿Qué piensas sobre ti?

Estas son las preguntas claves que debes hacerte todos los días de tu vida, porque sus respuestas son las que determinarán tu destino y tu propósito.

Estas respuestas se convierten en las etiquetas que elaboramos acerca de nosotros mismos.

Ya te había mencionado que las etiquetas que otros tienen en sus mentes acerca de ti no desaparecen sino que pueden cambiar. ¿Qué de las tuyas? Sufren el mismo efecto. Sin querer,  hacemos etiquetas acerca de nosotros mismos, tenemos una idea preconcebida de quienes somos. Todo eso se puede alterar para bien o para mal.

Este es el pensamiento más importante y más poderoso que existe.

El tercer elemento que debemos considerar para afrontar las etiquetas que otros  tienen de nosotros, es construir una base de etiquetas propias que nos realcen y nos empoderen cada día.

Recién aprendí de un psicólogo, que la autoestima llega a su punto pleno alrededor de los 80 años de edad. Esto quiere decir, que nunca antes de esa edad tendremos una autoestima lo suficientemente fuerte para confrontar las criticas y mucho menos los prejuicios.

¿Qué hacemos entonces mientras? Vivamos cada día construyendo esa autoconfianza, aportándonos elementos que nos permitan levantarla y sostenerla cada día.

Cosas tan sencillas como mirarte al espejo todos los días y decirte cuan importante eres para ti mismo y para tu familia, asumir como un reto el amarte a ti mismo y decírtelo… sí, decírtelo a ti mismo es un acto de coraje y de amor propio inigualable.

Existen en verdad muchas cosas dentro de nosotros maravillosas, que Dios colocó allí desde el momento de  nuestra creación, y solo hay que activarlos con fe.

Trabajar en nuestra autoestima, es un acto de todos los días, no podemos esperar llegar a los 80 años para decidir hacerlo, de hecho estoy, seguro que no vendrá sola, y que tan solo se necesita esa cantidad de tiempo para entenderlo totalmente.

Por ahora, en el presente, algo debemos hacer y definitivamente, solo podemos ocuparnos de nosotros mismos. Puedes ir a terapias si lo deseas, pero hay cosas tan sencillas y tan económicas que puedes hacer, y a la larga los psicólogos trabajan en ayudarte a encontrar las respuestas por ti mismo.

Comencemos entonces desde ya, para lo que te prepongo un ejercicio simple, del cual tú tienes que hacerte responsable.

Escribe en una hoja, todas aquellas frases que tu quisieras que otras personas dijesen de ti. Hazlo con sinceridad, recuerda que en el hecho solo Dios y tú sabrán lo que está allí escrito.

Si hoy en día, has hecho cambios para bien en tu vida, que aún muchos se niegan a ver, escribe como si esas personas ya se hubiesen dado cuenta.

Recuerda que debes preguntarte, ¿como quiero me vean? ¿Cómo quiero ser para ellos? ¿Qué quiero que piensen ellos de mi?

Después que hagas ese ejercicio, te invito a que revises esa lista y leas en voz alta (no tiene porque escucharte nadie) cada frase que escribiste. Hazlo dos veces al día, durante una semana y en la siguiente semana revisa de nuevo las respuestas y escribe ahora todo desde tu perspectiva.

¿Por cuanto tiempo deberás hacer esto? Durante todo el tiempo que quieras, así sea de por vida. Puedes dejarlo también cuando quieras, pero recuerda que siempre tendrás esa herramienta allí, y que todos lo días debemos luchar para levantar nuestra autoestima.

Hazte responsable de tus propias etiquetas.

Ejercita tu vocabulario y empieza a reescribir tu autoestima desde ya, y recuerda:

* No puedes controlar lo que otros piensen acerca de ti.

* Recuerda que no eres culpable, que no hay nada que digas o hagas para que otros te etiqueten injustificablemente.

* Rodéate de  personas que tengas expectativas acerca de ti, que te amen lo suficiente para entender tus cambios y que sepan tolerar tus defectos.

* No seas seducido por los prejuicios tuyos y los de otros.

* Trabaja contigo mismo, y fortalece tu autoestima.

* Cree firmemente que Dios está a tu lado para ayudarte, y que él te diseñó con las capacidades plenas para ser la mejor versión de ti mismo.

* Vive de tal manera que nadie crea a las etiquetas y los prejuicios de lso demás. 

Espero con todo esto haber aportado una hermosa herramienta para tu crecimiento espiritual.

Hasta una próxima oportunidad.


Dios te Bendiga

 

Pastor César González

 


miércoles, 24 de junio de 2020

El Padre Perfecto




Cuando niña recuerdo pensar que mi papá era el mejor de todos, un padre presente físicamente, con un hogar estable, en donde todas nuestras necesidades económicas estaban cubiertas. Fui creciendo, sintiendo a la vez que mis demandas y necesidades emocionales no eran tomadas en cuenta de la misma manera en que eran cubiertas mis necesidades de comida, vestido, distracción, entre otras, y de la noche a la mañana sentí que mi papá era el peor de todos, ¿que me sucedió?

Todos los seres humanos, desde nuestro nacimiento,  tenemos necesidades que requieren ser satisfechas para nuestra plenitud y desarrollo optimo. Tenemos necesidades físicas y necesidades afectivas, y es común en nuestra cultura que la primera sea tarea del papá por su rol de proveedor, y que la segunda sea tarea de la mama por ser el primer sustento en la vida del niño.

Los sicólogos afirman que “la presencia de ambas figuras (materna y paterna), influye de manera determinante en la personalidad de los niños”.

Muchos estudios han revelado que la presencia del padre en la vida del niño es de vital importancia para su desarrollo mental y emocional. El amor de un padre es tan importante para el desarrollo emocional de un niño como el de la madre.

Es la relación con el padre, por ejemplo,  la que determina en el caso de las mujeres cuan exitosas o no lo serán en sus relaciones con los hombres.

Nuestra sociedad se caracteriza por ser una sociedad matriarcal, donde la figura materna es el pilar y cabeza del hogar, y esto nos ha llevado a asumir por generaciones, de que los niños necesitan para su desarrollo saludable el amor de la madre, y que el padre está única y exclusivamente como apoyo para proveer el dinero y sustentar económicamente en el hogar.

Con esto último, se ha transmitido la creencia de que la figura paterna no es necesaria para el desarrollo emocional saludable de los hijos, y esto ha sido así durante muchos años. Es muy posible, que  tanto en tu hogar como en el mío, vivimos con dicha creencia, pero esto no significa que la debamos aceptar hoy como buena, de hecho, en la actualidad, esa creencia es cada vez más errónea y obsoleta.

Es necesario, que como sociedad, en donde cada vez es mas frecuente que existan familias con una sola figura (la materna), comencemos a alejarnos de esta idea y seamos mas conscientes de la influencia que ejerce la figura paterna en nuestras vidas.

Esta creencia que arrastramos como sociedad, nos ha dejado como hijos, una herida emocional que permanece durante toda nuestra vida.

Nos han enseñado, que Papá, tiene que salir a buscar el sustento, por ser “el hombre de la casa”, y por este motivo, justificamos en él, la apatía, la frialdad, la severidad, la rigidez,  y la falta de manifestación de amor y cariño a su familia, como parte de su rol masculino, asumiendo lo contrario como una señal de debilidad.





 

Un padre se ausenta por sus propias carencias  y dificultades, y no por las virtudes de sus hijos

 

Les confieso que, aunque mis padres permanecen casados por más de 40 años, y he tenido un papá presente físicamente a lo largo de mi vida, éste estuvo ausente emocionalmente.

Es probable que en tu caso, hayas vivido la ausencia tanto física como emocional de  tu padre, pero tanto tú como yo, fuimos afectados por la herida producida por un padre ausente.

El “padre ausente” no solo hace referencia al vacío físico que dejó esa figura paternal que no tuvimos, es también, ese padre, que aun “estando” no supo o no quiso ejercer su rol.

Aunque hayan pasado los años, creyendo que hemos estado bien, y asegurándonos a nosotros mismos que nuestras vidas nunca han estado determinadas por ese vacío paterno, déjame decirte, que hemos tenido al respecto una venda en los ojos por mucho tiempo.

Más adelante hablaremos sobre esto último, para que juntos veamos con claridad, que muchas de nuestras experiencias hasta el día de hoy, aún más, la calidad  de las relaciones que hemos construido durante nuestra vida, están íntimamente vinculadas a ese vacío emocional de nuestro niño(a) interior.

Para entenderlo de manera más práctica, imagínate que de niño te rompes un dedo y nadie se da cuenta. El dedo sigue su proceso de crecimiento pero nunca lo hará derecho, porque siempre estará “chueco”. Ese dedo perderá capacidades, y a la larga, dará problemas. Así sucede con las heridas de un padre ausente en el niño, si nunca son sanadas, siendo adultos “nos darán problemas”, ya que no nos permitirán desarrollar autoconfianza, amor y respeto por nosotros mismos.

Y te pregunto ¿será que existe el padre perfecto?

Algunos dirán que si y otros no, ya que es una respuesta muy subjetiva y va a depender de nuestras experiencias en la vida familiar, y de lo que vivimos con las personas de autoridad en nuestra niñez, sean padre, abuelo o  tutores; pero si me lo hubiesen preguntado a mi cuando era adolescente, habría respondido que el padre perfecto si existía, pero no era el mío, era el de mi amiguita Josefa, o el de Anita, porque el mío no era tan bueno.

En mi mente, a la edad de 13 años, se había formado la creencia: “Mi papá era el peor”, y en realidad no era mejor ni peor que el papá de mis amigas, lo que sucedía era que tenia un papá presente físicamente pero ausente emocionalmente, además de ser poco afectivo y comunicativo. Como todo niño, yo estaba ávida de recibir afectos, refuerzos positivos para crecer con seguridad, conexión con amor, protección, y al no ser provistos por esa figura importante, se fueron generando vacíos, incongruencias, dificultad para tratar a los demás, ansiedad e inseguridad. 

 

Los padres, por medio de su afecto, su tiempo, su presencia, nos dan un luminoso espejo que nos hace mirarnos valiosos y merecedores

  

Quiero que respondas las siguientes preguntas:

-          ¿Has tenido dificultad para seguir las normas?

-          ¿Has tenido dificultad para ejercer la propia autoridad?

-          ¿Has sentido desconfianza e inseguridad en las relaciones?

-          ¿Has tenido relaciones tóxicas o dependencia emocional?

-          ¿Has sentido que te llega el dinero pero no se multiplica?


Si respondiste afirmativamente a alguna de ellas, es porque has sufrido una herida por la ausencia paterna, y eso ha provocado un impacto negativo sobre tu vida.

En nuestra vida suceden cosas que creemos están aisladas del resto, pero resulta que no es así. Somos seres sistémicos, formados por millones de sistemas dentro de nosotros que se relacionan, y en donde todas las conexiones tienen que ver con todo y forman parte de un todo “nosotros.”

El hecho de que tengas dificultad para seguir las normas, se debe a la carencia de disciplina que debió impartir Papá.

Cuando te es difícil ejercer tu autoridad sobre tus hijos, pareja u otros, y permites relaciones abusivas,  se debe principalmente a la carencia de autoridad que debió ejercer Papá.

Cuando desconfías en exceso de todos, y no crees en nadie, es porque tu confianza fue defraudada por Papá y hay un vacío emocional.

Cuando desarrollas relaciones toxicas y dependencia emocional, es un esfuerzo para compensar la falta de amor y atención que debió brindarte Papá.

Cuando las finanzas no fluyen y el dinero llega y se va como agua entre las manos, recuerda que Papá es quien trae el dinero, y si no se multiplica, te pregunto: ¿A quién perdiste en tu infancia? ¿Será a Papá?

Quiero hacerte consciente con esta pequeña lista del impacto negativo que puede traer a nuestras vidas, el no sanar esta herida.



La mayor enfermedad hoy día no es la lepra ni la tuberculosis, sino mas bien el sentirse no querido, no cuidado y abandonado por todos. (Madre Teresa de Calcuta)

 

Hace más de 10 años me hice consciente de las heridas que habían marcado mi infancia, y que aun se proyectaban en mi vida adulta. Comenzó así mi proceso de sanidad, y  aunque el camino para sanar a mi niña interior apenas se iniciaba, encontré que cada día estoy aprendiendo cosas nuevas, y por ello he querido inspirarte y motivarte a que:

-          Decidas hoy mirar hacia atrás y ver las cosas en su junto valor, sin exageraciones para dejar de albergar emociones negativas.

Debemos hacernos conscientes de que tuvimos Papás con muchos defectos, que hicieron todo lo que pudieron con la información que tenían en sus mentes. Debemos ponernos en sus zapatos, y entender que muchos fueron abrumados de pronto al verse comprometidos con familias numerosas (en mi caso, éramos ocho hijos), y que además de eso, la mayoría de ellos también sufrieron heridas de un Papá ausente, que nunca fueron sanadas, lo cual produjo en ellos seres inexpresivos en el amor hacia los demás, sobretodo a sus hijos, con un temor tácito de ser vistos como débiles en caso de desear manifestarlo.

-        Es fundamental entender  que, “Mi padre no es perfecto, pero es el Papá que yo necesitaba para…” 

Te invito a cerrar tus ojos y hacer una pequeña lista del porque necesitabas nacer y ser parte de ese Papá, respira profundamente y agradece por cada una. 

Luego de haber aceptado a nuestro Papá, y a su modo particular de serlo, podemos comenzar a trabajar con nosotros mismos. 

-        Responsabilizarme por mí mismo, entender que ya he crecido y que solo yo tengo el control de mi vida. Cortar con el vínculo de sufrimiento, ¡TU YA NO ERES UN NIÑO Y ESA INFANCIA YA PASO! 

-        Entender que somos amor, y que no nos hace falta que nos “den” amor. Comencemos a ser compasivos y amorosos con nosotros mismos. 

-        Hay un solo padre perfecto, el cual es Dios, pero para tener una relación plena de amor con nuestro Padre Celestial, debemos sanar primordialmente nuestra relación con nuestro padre terrenal.





Todo lo que viene a mi mente cuando pienso en mi Papá terrenal es una creencia, esos mismos pensamientos se reflejarán en mi relación con Dios, que es nuestro Padre Celestial. 

Por ejemplo: 

Si hemos crecido con un Papá castigador, asimismo entendemos que es Dios. 

Si crecimos con un Papá ausente, de la misma forma creemos que Dios esta muy ocupado para escucharnos. 

Si tuvimos un Papá que nos abandonó durante la infancia, de la misma forma será muy difícil confiar en Dios.


De acuerdo a nuestras experiencias,  se construye una creencia, y esa creencia será un reflejo en todas nuestras relaciones, especialmente con Dios, con nuestra pareja y con nuestros hijos.



Sin importar la edad que tengamos, merecemos reconstruir nuestras vidas en el presente, ayudando a sanar a ese niño(a) interior.

Podemos enseñarle a creer de nuevo, mostrarle que existe un “padre perfecto”, que siempre estuvo allí con nosotros, a pesar del abandono emocional que sufrimos por parte de nuestro padre terrenal. Es ese mismo “padre perfecto” que nos ha permitido hoy, darnos cuenta de que a pesar de todo, aún hay esperanza para nosotros. Ese es su regalo de cada día. Esa es su forma de demostrarnos que su amor ha estado presente en nuestras vidas siempre.




No podemos cambiar lo que nuestro Papá fue, y lo más probable que tampoco podamos hacer nada por lo que es hoy, pero de algo si podemos estar seguros, es que podemos ser mejores hijos, y a la vez mejores padres para nuestra propia descendencia. 

Todos necesitamos ser modelados para poder modelar. 

Quizás el modelo de padre que recibiste no haya sido el mejor, pero hoy tienes la oportunidad de posicionar tus ojos en un modelo superior. 

Dios es el “padre perfecto” que quiere acompañarte en ese proceso de sanación que tanto necesitas, y para ello te ha provisto de las herramientas para lograrlo. 

Hoy, para honrar su nombre, quiero compartir contigo un corto ejercicio, el cual te invito a realizar con toda la sinceridad de tu corazón. Estoy segura que te ayudará a verte a ti mismo, de una manera distinta, así como también, te permitirá comprobar  con claridad, el valor que tienes para tu Padre Celestial:

  

Decreto de Sanación de las Heridas de la Infancia

  Hoy elijo honrar mi historia y aceptarla como es,

Me doy gracias por todas las elecciones tomadas

que me permitieron salir de los momentos dolorosos

dejándome herramientas y lecciones

que hoy reconozco y aprecio.

Honro a mi niño su nobleza y su inocencia.

Honro a mi adolescente su rebeldía y su fuerza.

Honro en mi adulto joven su sano entendimiento.

Honro a quien soy hoy

Fruto de todos los yo que están en mi historia

Y que hoy honro, reconozco y sano.

Honro mi dolor y elijo aprender de él,

Respeto mis errores, conozco mis heridas y me comprometo

a que esas heridas no me lastimen ni lastimen a los que amo.

Hoy suelto a mis padres y entiendo que lo que no me dieron

No lo tenían, no estaba en ellos darlo.

Cancelo las facturas de afecto que sentí que mis padres y la vida me debían

pagar, hoy sé que puedo recibir amor en libertad

y empieza en la relación conmigo.

    Me amo, me acepto, respeto mis necesidades y mis carencias,

Respeto mi ritmo y perdono mis errores producto

De mi ignorancia y mi incapacidad para dirigirme con amor.

Camino con paciencia hacia la conquista de mí,

Sin pelear y sin rechazo, siempre de la mano conmigo.

 

(Tomado del Libro “Transforma las Heridas de Tú Infancia” de  Anamar Orihuela)

 


Para finalizar, confío que estas palabras, puedan traer aliento y una luz de esperanza que te permita alcanzar la paz interior que tanto anhelas, y sanar así, ese vínculo tan importante de tu infancia como lo es, la relación con tu padre terrenal.

Adicionalmente, te invito a que en el camino de tu sanación no te olvides jamás de tomar de la mano y confiar en tu Padre Celestial, Él tiene todas las respuestas y te conoce mejor que nadie. 

Fue un placer compartir contigo, y me despido con la siguiente frase:

 

Seamos padres suficientemente buenos, no perfectos. Nos equivocaremos muchas veces, pero seremos capaces de reconocerlo, aprender y cambiar.


Dios te Bendiga

 

Lcda. Nathali Vilchez

 


martes, 16 de junio de 2020

Sin E-TI-QUE-TAS

 


Quienes no han sucumbido a la tentación de comprar en una tienda de descuentos, por lo menos lo han considerado.

Es común, sobretodo para los menos asiduos, dar vueltas por dentro de dichos establecimientos a la caza de esa prenda o articulo (muchas veces inútil) con el mayor descuento, o como dicen en el argot económico: “con el que ofrezca la mejor relación costo-beneficio”.

El trabajo puede ser titánico e incluso puede ocuparnos más del tiempo previsto, llegando muchas veces a ser improductivo, causando así más frustración que satisfacción, así  como dolores en pies y cabeza.

Una actividad que sin duda las amas de casa disfrutan más que los caballeros, pero aún nosotros, en calidad de compañía, solemos alguna vez, aunque sea por curiosidad, levantar la etiqueta que acompaña al artículo que nos ha llamado la atención.

¿Qué información nos provee una etiqueta? Normalmente todos esperamos encontrar en ellas el precio o el valor de descuento, pero hay quienes revisan un poco mas allá, dependiendo del interés que los motiva o en la búsqueda de una característica particular del producto.

Es interesante ver como existe mucha información que se puede extraer de dichas etiquetas, como también existen muchas de ellas que no aportan absolutamente nada a la causa.

Aunque sé que el uso de etiquetas está extendido en todo tipo de negocios, quise hacer énfasis en estas tiendas de descuentos, porque la información provista para la mayoría de la mercancía que suelen vender en esos lugares (perdón si generalizo), no siempre cumple con los principios de “honestidad” que debe haber en todo negocio.

¿Cuántos se han encontrado, por ejemplo, con una camisa o pantalón cuya etiqueta dice que es 100% algodón y resulta que al roce con la piel pareciera mas bien 100% lija para madera? Sé que allí donde están, han asentado con una sonrisa en sus rostros, porque este asunto es muy común. Sin embargo, muchos no prestamos la atención debida a esa relación entre la información que nos dan y el producto, porque asumimos esos riesgos al entrar en un establecimiento de ese tipo.

Esto nos lleva a reflexionar, que NO somos tan exigentes en ese aspecto como lo somos en nuestras relaciones con los demás.

Una vez escuché que la honestidad hoy en día estaba muy sobrevalorada, y entiendo en cierta forma a las personas que piensan así, porque en el común de los casos, estas suelen haber sido victimas de la imprudencia o del “exceso de sinceridad” de algún individuo en momentos claves de sus vidas.

Adicional a estos “excesos de sinceridad” existe también la predisposición que cada quien maneja hacia situaciones o tipo de personas con las que nos encontramos en el día a día, lo cual, no siempre manifestamos de manera pública, pero a la larga, influyen en nuestro comportamiento hacia los demás.

Esto es un “mal” que nos toca a todos por igual,  en mayor o menor grado. Nadie está exento de ello. En esto no hay buenos o malos, ricos o pobres, cultos o incultos.  Es una especie de tendencia de nuestra mente a predisponernos hacia los demás, sea para bien o para mal.

Nos inclinamos fácilmente a “etiquetar” a las personas, aún a las que no conocemos.


¿Porque sucede esto?

 

 

 

En primer lugar, y en muchos casos, somos orientados erróneamente desde muy pequeños, a preconcebir en nuestras mentes, apreciaciones equivocadas de las personas.

Durante la crianza, nuestros padres, en su muy honesta intensión de protegernos, nos educaron, señalando en ocasiones, los defectos o los comportamientos erróneos en otros, recalcando con ello el “camino equivocado” de  hacer las cosas, mientras que en contraposición, nos invitaban a comprobar también el “camino correcto”, usando a otros individuos como ejemplo, incluyéndose.

Esa dinámica se repite hoy en día en cada hogar, y se seguirá aplicando quizás por siempre, porque como padres, todos buscamos formar a nuestros hijos en el mejor camino para ellos, asumiendo primeramente el compromiso de ser nosotros mismos el modelo a seguir.

Que esta forma de educar sea la correcta o no, se escapa de nuestro análisis en este momento, pero debemos asumir que es inevitable, porque existe como una “ley” inserta en nosotros, y por demás demostrable, de que se enseña más con el ejemplo que con las palabras, y eso funciona tanto para lo bueno como para lo malo.

Aceptamos con esto último, que en el camino de la crianza hemos cometido también muchos errores, y quizás, uno de los más terribles, ha sido por causa de esa misma necesidad de proteger a nuestros hijos, para que otras personas no les hagan daño o los lleven a hacer cosas indebidas.

Les enseñamos a crear barreras y a etiquetar a las personas como buenas o malas, desvirtuando completamente nuestro rol como formadores de carácter,  creando en su defecto, individuos resentidos, temerosos y desconfiados.

En lo básico, no creo que sea malo generar advertencias y enseñar a nuestros hijos a ser precavidos ante ciertas circunstancias, pero manejar este tipo de situaciones requiere de cierta madurez en el individuo, por lo cual, no estoy de acuerdo en que se gestionen estas alertas sin considerar la edad del niño.

A veces, por no medir esto último, provocamos sin querer, niños “odiosos” o tímidos, carentes de entablar una relación sana con otros.


"En la medida en que crecen, podemos darles mayor y mejor información a nuestros hijos, pero siempre debemos ayudarlos a desarrollar su capacidad de tolerancia y de respeto hacia el resto de las personas."


El fenómeno de “bulling” tiene su origen en gran parte, a la formación de “etiquetas” en las mentes de nuestros niños. Nos olvidamos de enseñar respeto, valoración y tolerancia, con la excusa de hacer “niños más fuertes”, cuando en realidad los hacemos más vulnerables.

Hablarles, muchas veces en forma de grito a nuestros hijos, promulgando sus errores o defectos en todo tiempo, los “etiqueta” para el fracaso, contrario a lo que erróneamente deseamos.

Un llamado de atención a los padres. Un victimario del “bulling”, normalmente fue primero una victima, y esa situación comúnmente se origina en casa. Cuida bien la forma en como le hablas a tus hijos, porque no hay palabras inocentes, mucho menos para el entendimiento de un niño.

En la medida en que crecen, podemos darles mayor y mejor información a nuestros hijos, pero siempre debemos ayudarlos a desarrollar su capacidad de tolerancia y de respeto hacia el resto de las personas.

Reconozco que esto no es sencillo, porque muchas veces somos nosotros mismos los que creamos esas etiquetas acerca de las personas para nuestro consumo personal, y por ende, es muy difícil enseñar a “dejar algo” que no somos capaces de “soltar” por nuestra cuenta.

 

"Un victimario del “bulling”, normalmente fue primero una victima, y esa situación comúnmente se origina en casa..."


Es más fácil y cómodo compartir un prejuicio, que construirnos una razón para aceptar al otro.

Recuerdo un episodio con mi mamá, cuando entró en pleitos con una vecina a la cual yo acostumbraba a ayudar con los mandados. Tendría aproximadamente como doce años de edad, cuando mi mamá me prohibió “hacerle favores” a dicha vecina. Yo como buen preadolescente, no le hice caso y seguí ayudando a la vecina pero ocultándoselo a mi mamá, lo cual no tardó en descubrirse. Cuando fui increpado al respecto, le declaré a mi mamá la razón para haberla desobedecido, y en mi muy incipiente madurez, le dije: “no voy a aceptar que me enseñes a odiar a otros…”, lo cual, me valió el respeto de mi mamá, y como bien se lo hice saber, al  poco tiempo volvió a estar de buenas con la vecina hasta el final de sus días.

Este sencillo ejemplo, es una demostración clara de los errores que cometemos muchas veces con nuestros hijos ¿Es correcto que transfiramos a ellos nuestras rabias, temores o desconfianzas? ¿Estamos realmente protegiéndolos, o haciéndolos mas vulnerables? Te repito, no creo que tengamos malas intenciones, pero igual estamos equivocados.

Todo lo que sembramos hoy, eso mismo lo recogeremos mañana, pero mas grande.

En la medida que estamos dispuestos a etiquetar a las personas, estamos abriendo paso para que otros lo hagan con la misma liberalidad hacia nosotros.

 

"Una cosa es tener “expectativas” acerca de alguien y otra cosa muy distinta es tener una predisposición hacia ella."

 

Acostumbro recomendarle a mi hijo mayor a no nombrar a nadie con el uso de sobrenombres o apodos, sobre todo si son despectivos, porque sé que cuando tú abres esa puerta no hay forma de cerrarla para ti mismo.

Esto mismo aplica también para las etiquetas.

No importa si te las reservas para ti mismo o si las compartes libremente con otros. Tienen el mismo efecto en ti, porque te predisponen con los demás.

Las etiquetas que colocamos en otras personas, son muy parecidas a las que encontramos en las tiendas por descuentos, en las cuales, o no encontramos suficiente información para determinar las características del producto, o simplemente la información que nos dan no es la correcta.

Tal cual, la información que recibimos de primera mano acerca de alguien, siempre estará incompleta, e incluso puede estar sesgada por resentimientos, malas experiencias, frustraciones, etc.

La información que recibimos acerca de alguien no debe ser usada para que nos predispongamos ante esa persona, por el contrario, debe servir, como un estimulo para amoldar nuestro comportamiento, a favor de conectar favorablemente con la misma.

¿Cuántas veces nos hemos dado cuenta de que hemos estado equivocados acerca de alguien? Y no solo lo digo en el aspecto negativo, a veces sucede que tenemos un alto concepto de esa persona, y después de conocerle bien, termina “cayéndose del pedestal”.  Pero todo esto forma parte de la dinámica de las relaciones.

A la larga, nunca participamos en alguna relación, sea temporal o de contacto prolongado, sin previamente tener “una idea” o expectativa de lo  que nos encontraremos.

Una cosa es tener “expectativas” acerca de alguien y otra cosa muy distinta es tener una predisposición hacia ella. La primera nos permite abrir nuestra visión de las personas, la segunda solo nos deja ver lo que queremos ver.

En una oportunidad, una amiga se ofreció a darme el aventón hacia mi casa, no sin antes advertirme que a su nuevo novio, no le gustaban los “temas religiosos” porque se consideraba ateo.

Con esta información en mente, me monté en la parte de atrás del vehiculo, y en el camino fuimos presentados. Yo dije dentro de mí: “recuerda que el cree que es ateo…”, y con eso en mente, entablé una conversación por demás interesante, y quedamos en seguir con la charla en otra oportunidad.

La información para este primer encuentro fue vital, pero no por ello me formé una etiqueta de esta persona y la deseché por sus pensamientos ateos. Por el contrario, en los siguientes encuentros, las charlas se volvieron mas atrevidas, porque ya en confianza pude introducir el tema de lo divino. ¿Trataba acaso de cambiar su forma de pensar? Para nada, pero le di la oportunidad de recibir la información correcta acerca del tema, e la mano de una persona de su confianza.

Etiquetar a las personas, nos cierra a tratar de entenderlas, a ayudarles a gestionar sus conflictos, pero también nos afecta a nosotros. Cuando nos volvemos sesgados en nuestra forma de pensar, causamos rechazo en otros, y avanzamos en la consolidación de nuestra intolerancia.

Recientemente escuchamos del caso de un hombre de raza afroamericana de apellido Floyd, quien fue tratado brutalmente en una operación policíaca. El asunto fue manejado como un caso de racismo. ¿Es que no se había visto antes? Claro que sí, todos los días y no solo en EEUU.

Lo que desató la polémica de este caso fue el exceso de violencia, que llevó a la muerte de este hombre.

¿Qué se necesitó para que esta brutalidad policíaca se manifestara? Simplemente la oportunidad para que “las etiquetas” que fueron formadas en las mentes de estos policías acerca de las personas de raza negra, tomaran forma humana. Solo se necesitaba un individuo afroamericano en una situación que lo comprometiera, y un grupo de hombres “envenenados en su mente” por ideas erróneas preconcebidas acerca de su raza, lo cual desató la brutalidad.

¿Podemos llegar nosotros con nuestras ideas preconcebidas acerca de las personas a cometer atrocidades similares? Mi respuesta es la siguiente: la mente humana es capaz de hacer cosas increíbles, más allá de lo que nos imaginamos, y ella es la que manda en nosotros. Saque ud. sus conclusiones.


"Por esto y por más, debemos aprender a no guiarnos por lo que “vemos” porque nuestra óptica puede estar distorsionada según nuestras creencias"



Pero no debemos culpar de todo a la educación que recibimos en casa.

Como dije en párrafos anteriores, existen cosas que como adultos debemos ser capaces de hacer, y una de ellas es responsabilizarnos por los prejuicios que manejamos. Deberíamos tener la madurez para entender que está mal en nosotros y hacer los cambios.

Tuve la oportunidad de entablar una amistad con un árabe-venezolano, a quien me unen lazos de amistad y cariño muy grandes. En nuestras conversaciones hablábamos de todo, y nunca faltaba el tema de la Biblia y de las relaciones entre árabes y judíos.

Lo que aprendí de nuestros diálogos en muy curioso. Cada quien, cuando niño, es enseñado o predispuesto desde su bando a odiar al otro, sin siquiera conocer con exactitud la razón principal de su rivalidad como razas. Siempre las respuestas o razones de mi amigo que me daba acerca de su prejuicio, hacían referencia a eventos actuales, a conflictos que estaban a la par con las noticias del momento. Él tenía razones en la actualidad para estar enojado con su contraparte judía, pero su predisposición hacia ellos no era causada por los eventos recientes, era un asunto ancestral, un prejuicio que ha ido pasando de generación en generación.

Quiero soñar con la esperanza que en un futuro no muy lejano, tanto árabes como judíos se hagan responsables de sus propios prejuicios y determinen de una vez por todas, acabar con la rivalidad. Eso abriría caminos hacia la paz en sus regiones.

Por esto y por más, debemos aprender a no guiarnos por lo que “vemos” porque nuestra óptica puede estar distorsionada según nuestras creencias.

Somos lo que pensamos, y actuamos según lo que está preservado en nuestra memoria.

Si un prejuicio instaurado en nosotros desde la infancia puede mantener una guerra de por vida. ¿Cuanto bien no hará el que nos despojamos de el?

No todos los prejuicios provienen de la educación que recibimos, pero somos responsables de todos ellos.

 

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Otra cosa que he aprendido de las tiendas de descuentos, es que sin importar la talla que indica la etiqueta, mucha gente (me incluyo) buscamos “probarnos” esa prenda que nos llama la atención, confiando en que las tallas están erradas, ya que casi siempre, vienen un poco mas grandes o pequeñas. Lo otro es que a veces asumimos que puede haber un error en la etiqueta como tal, y que lo representado en ella no sea del artículo que tenemos en la mano. ¿Les ha pasado?

Así mismo deberíamos hacer nosotros con las personas, olvidándonos de la etiqueta que nosotros mismos u otro ha elaborado acerca de ella, y “probar” al entablar un acercamiento.

Existen muchos casos (yo puedo certificar unos cuantos), en donde personas que se “caían mal” desde un principio, se esforzaron en soltar los prejuicios, y hoy en día son buenísimos amigos, incluso conozco de algunos que hasta se casaron. Las posibilidades son muchas.

Debemos adquirir conciencia sobre este tema, que parece trivial para muchos, pero resulta que por esta causa hemos perdido oportunidades grandiosas, y así mismo hemos alejado sin razón personas maravillosas de nuestras vidas.

Incluso, por lo que expusimos un poco más arriba, guerras se ha originado y mantenido por causa de prejuicios no gestionados correctamente.

Cada quien ha  asumido una posición en relación con el otro, y eso es inevitable porque está en nuestra psique.

No obstante, esto último no puede ser la excusa para aferrarnos a esos prejuicios.

Recordemos como al principio leíamos: “Seremos medidos con la misma vara con la que lo hacemos nosotros”.

¿Cómo sería tu vida hoy en día sin hubieses tomado una actitud diferente con esa persona que te caía mal?

Debemos crecer en nuestra capacidad de tolerar a otros y de no prejuzgar a nadie. Eso es lo que hacemos los adultos.

En esto radica la madurez, en aprender a soltar estos esquemas que sirvieron para protegernos cuando niños, y de romper en definitiva con todos aquellos prejuicios que las malas experiencias nos han convalidado en acumular durante nuestras vidas.

Hay que comenzar con visualizar a las personas como realmente son y no por las “etiquetas” que manejamos.

Soltemos los prejuicios. Conozcamos a la gente. Démonos la oportunidad de decepcionarnos o asombrarnos. Todo está en juego en la mesa.

¿Tengo derecho a asumir una etiqueta de alguien una vez que lo conozca? Creo definitivamente que no. Las etiquetas nunca tienen toda la información.

¿Qué hacemos entonces? Aprendamos a juzgar los hechos y no a las personas.

Una mentira no te hace mentiroso. Una ruptura no te hace mal marido o esposa. Un mal negocio no determina que seas un pésimo comerciante.

¿Cuántas veces hemos etiquetado a nuestros propios hijos de desobedientes, desordenados, mentirosos, indisciplinados, mal geniosos, irresponsables, malos estudiantes,….?

Esas son etiquetas que marcan a un niño o a aun adolescente, y lo pueden hacer de por vida.

¿Cuántas veces le hemos dicho a nuestra pareja que es inútil, que no sirve para nada, que solo hace molestar, que es un parásito, que es un inmadur@, …?

Estas también son etiquetas que pueden afectar grandemente a esa otra persona, aunque no sea nuestra intención.

Una canción muy popular en los años 90’s rezaba en una de sus partes: “no es  lo mismo llamar al demonio que verlo llegar…”

En otras palabras, “etiquetar” implica dar por hecho una realidad que no existe en el momento. Eso es atar a “otros” a una mentira que irresponsablemente hemos creado en nosotros mismos.

Cuidado con lo que decimos.

Cuando tú etiquetas a alguien de esta forma, la sentencias (juzgas) ante tus ojos, y le envías ese mismo mensaje a su cerebro, pero también al tuyo.

¿Puede un error marcar a alguien para siempre? Sí, ante los ojos de otros o ante los propios.

Nada es absoluto en las personas, por eso aprendamos a juzgar solo los hechos no a la gente.

Dejemos de etiquetarlas, y habrá posibilidades de ver cosas mejores en ellas.

Hemos decidido dividir esta lección en dos partes para dedicarle un episodio completo al manejo de las etiquetas internas, esas que tienen que ver con nosotros mismos, pero era necesario hablar de esto primero, porque solo en la medida que estemos dispuestos a cambiar nuestra visión acerca de las demás personas, es que encontraremos las herramientas para poder hacer lo propio en nosotros mismos.

Por los momentos concéntrate en abrir tu mente y corazón en una sincera amplitud para poder ver con claridad, que lo que conocemos acerca de alguien no es suficiente, que merecemos ir más allá para explorar, experimentar, y probar que existe un “alguien” en lo profundo de cada individuo, que es la esencia real de su ser.

Puede que haya decepciones, como puede que no.

Acércate a la gente con expectativas, pero sin etiquetas…

Nos vemos en la segunda parte…


Muchas bendiciones.


Pastor César González.